La Palabra me dice
“Discutir con él”: No el diálogo de fe que busca la verdad, sino el empecinamiento del que ya decidió que “No”. Medito sobre esta opción humana de oscuro y misterioso rechazo de la Vida y del Reino. Me reconozco capaz de eso en mi vida interior, repliegue autodestructivo que no entiendo pero que existe como posibilidad a veces ejercida. “¿Por qué esta generación pide un signo?”: El Signo era Jesús y no lo vieron. Su cuerpo y cercanía, su carácter de Servidor, eran todo el Signo. Su persona es todo lo que necesitamos para creer. La Vida que desencadena entre los pobres (o sea, el Reino) es la señal que esperábamos. También hoy hay gente que sólo cree si hay milagros, apariciones, “locuciones”, grandes signos exteriores; algunos pastores anuncian milagros asegurados en su propaganda. Todo esto no educa en la fe del Mesías oculto, que enseña a descubrirlo en lo oculto. “Felices los que crean sin ver…” El énfasis en signos exteriores suele encubrir el raquitismo de significatividad del testimonio. He de ser una persona-signo; para eso no necesito impactar externamente con signos. No puedo empezar desde fuera hacia adentro: nunca “el personaje” llegaría a ser “la persona”. Nos reconocerán por el amor que tengamos… por el signo del servicio… Un santo no necesita ni busca uniforme de santo. Una comunidad no crece desde el marketing vacío ni la decoración. “Suspirando profundamente”: Como antes de un milagro, Jesús aparece buscando aire… buscando el Aire que Él respira, el Espíritu de Dios. Pienso en la respiración profunda como signo de vida y símbolo de conexión con el Espíritu. Recuerdo a los maestros que nos enseñan a “orar con la respiración”. “Embarcarse hacia la otra orilla”: imagino estos cruces en el lago, estas horas a solas aprendiendo cómo afrontar oleajes y vientos, y me siento hermanado con Él en mis travesías, en nuestra navegación a veces incierta, en nuestra búsqueda de “orillas nuevas” donde vivir, misionar, amar. |