Evangelio del Dia

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Jueves 01 de Febrero de 2024

La Palabra dice


Mc 6, 7-13 

Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.

La Palabra me dice


Muchas veces hemos hecho de la misión un "toco y me voy". Es decir, paso unos días en algún lugar que no es el mío y comparto con la gente. Yo creo que es una muy linda experiencia. Pero si nos quedamos con eso solo, nos quedamos cortos. Porque como decía allá en los pasillos de la villa 31 de Buenos Aires el P. Carlos Mugica: "Yo me puedo ir, ellos no..."

Entonces uno se pregunta: ¿ir a misionar o ser misioneros? Creo que el desafío que se nos presenta hoy es no sólo ir a misionar. Lo que Jesús nos pide es que seamos misioneros. En todo momento. En todo lugar. Todo los días, todo el año.

Jesús no tuvo "temporadas de misión". Toda su vida fue misión permanente. Esto quiere decir que si al que nosotros seguimos hizo de toda su vida una permanente misión, nosotros nos sentimos llamados a lo mismo. Está bien ir a misionar. Pero no nos alcanza. Tenemos y deseamos y queremos ser misioneros. No solamente por un tiempo sino toda la vida.

Nos puede parecer difícil, claro. Sin embargo es la única manera de vivir cristianamente: dar testimonio de que el Reino está entre nosotros y queremos apurar su venida.

La misión pasa por las cosas pequeñas, sencillas y cotidianas de todos los días. Pasa cuando me decido a dejar de mirarme el propio ombligo y me.doy cuenta que hay gente que tiene necesidad de mí, de mi originalidad. Ahí hay misión. Cuando soy capaz de romper con mi marco de seguridad y confort personal para dar una mano, consolar, escuchar, compadecerme... Cada vez que desarrollo mi capacidad de empatía con los demás miles de personas con las que comparto mi destino diario y me siento más hermano de ellos y estoy dispuesto a vivir con ellos, "quedándome en sus casas", soy misionero de Jesús.

Y así vamos sin alforjas, sin dinero, sin vestimenta... A la intemperie y en itinerancia. Así queremos vivir los cristianos.

Con corazón salesiano


La pobreza en Mamá Margarita, no fue una humillación. Fue una luz que le ayudó a ver las cosas claras. Cuando Juan llegue al umbral del sacerdocio, tras fatigas y dificultades, su madre le dirá: “Sigue tu camino sin mirar a la cara a nadie. Lo importante es hacer la voluntad del Señor. De ti, yo no deseo nada, no espero nada. He nacido pobre, he vivido pobre, y quiero morir pobre. Aún más, te lo quiero decir enseguida: si por desgracia llegas a ser un cura rico, no pondré nunca mis pies en tu casa”.

Don Bosco no olvidó nunca aquellas palabras. En medio de sacerdotes de vida desahogada, fue cura pobre y cura de los pobres. Y en el año 1846, en el momento de abrir su primera obra para los muchachos abandonados, pudo decir a su madre: “Un día me dijo que si llegaba a ser rico no vendría nunca a mi casa. Ahora, por el contrario, soy pobre, y pronto voy a hospedar muchachos abandonados. ¿Por qué no se viene a estar conmigo?”

Margarita tenía cincuenta y ocho años, y era abuela de nueve nietecitos que la adoraban. En su casa se sentía como una reina. Pero a la propuesta de su hijo respondió: “Si crees que esa es la voluntad del Señor, estoy dispuesta a ir”.

En noviembre de 1846 llegó a la pobrísima casa de Valdocco, a la barahúnda de los “pilluelos” del Oratorio. Al ver aquellas habitaciones desprovistas de todo, Margarita sonrió y dijo: “En I Becchi tenía tantas preocupaciones para llevar la casa adelante, para ordenar lo que cada uno tenía que hacer. Aquí estaré mucho más tranquila”. Llega al oratorio y ya no salió más de él. Fue su sacrificio mayor, el más doloroso. Pero Dios la llamaba a ser la madre de los huérfanos, y ella silenciosamente aceptó. Su pobreza, su desprendimiento, la austeridad de su hijo Juan y del Oratorio, fue la clave de credibilidad del Evangelio que se anunciaba desde el pobre barrio de Valdocco.

A la Palabra, le digo


María Auxiliadora, ayúdame y acompáñame para que cada instante de mi vida sea yo un misionero que cumple la Voluntad de Dios a cada paso. Amén.