Con corazón salesiano
La pobreza en Mamá Margarita, no fue una humillación. Fue una luz que le ayudó a ver las cosas claras. Cuando Juan llegue al umbral del sacerdocio, tras fatigas y dificultades, su madre le dirá: “Sigue tu camino sin mirar a la cara a nadie. Lo importante es hacer la voluntad del Señor. De ti, yo no deseo nada, no espero nada. He nacido pobre, he vivido pobre, y quiero morir pobre. Aún más, te lo quiero decir enseguida: si por desgracia llegas a ser un cura rico, no pondré nunca mis pies en tu casa”. Don Bosco no olvidó nunca aquellas palabras. En medio de sacerdotes de vida desahogada, fue cura pobre y cura de los pobres. Y en el año 1846, en el momento de abrir su primera obra para los muchachos abandonados, pudo decir a su madre: “Un día me dijo que si llegaba a ser rico no vendría nunca a mi casa. Ahora, por el contrario, soy pobre, y pronto voy a hospedar muchachos abandonados. ¿Por qué no se viene a estar conmigo?” Margarita tenía cincuenta y ocho años, y era abuela de nueve nietecitos que la adoraban. En su casa se sentía como una reina. Pero a la propuesta de su hijo respondió: “Si crees que esa es la voluntad del Señor, estoy dispuesta a ir”. En noviembre de 1846 llegó a la pobrísima casa de Valdocco, a la barahúnda de los “pilluelos” del Oratorio. Al ver aquellas habitaciones desprovistas de todo, Margarita sonrió y dijo: “En I Becchi tenía tantas preocupaciones para llevar la casa adelante, para ordenar lo que cada uno tenía que hacer. Aquí estaré mucho más tranquila”. Llega al oratorio y ya no salió más de él. Fue su sacrificio mayor, el más doloroso. Pero Dios la llamaba a ser la madre de los huérfanos, y ella silenciosamente aceptó. Su pobreza, su desprendimiento, la austeridad de su hijo Juan y del Oratorio, fue la clave de credibilidad del Evangelio que se anunciaba desde el pobre barrio de Valdocco. |