Evangelio del Dia

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Jueves 25 de Enero de 2024

La Palabra dice


Mc 16, 15-18

Entonces les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán».


La Palabra me dice


El trozo de evangelio que hoy nos regala la Liturgia de la Iglesia, responde a lo que podemos llamar el ejemplo del “antiseguimiento”. Si tiempo atrás los discípulos llamados dejaron sus redes y siguieron al Maestro, ahora los apóstoles no logran responder de la misma forma, inmovilizados por su abatimiento primero, al ser testigos de la pasión del Señor, y luego por su actitud que es una incredulidad obstinada, al ser testigos de su resurrección.

Fueron incapaces de seguir a Jesús hasta el Calvario, refugiándose en el llanto. Ahora son incapaces de respetar su cita con el resucitado, cerrándose en su incredulidad. En un caso y en el otro se niegan a moverse. Inmovilizados, han rechazado la cruz y esto los ha llevado a rechazar también sus compromisos derivados de la resurrección. Es por eso que Jesús les reprocha su incredulidad. La consecuencia o lo que deriva de esta situación, es un nuevo llamado y la continuación de la misión: anunciar, proclamar, dar a conocer el evangelio a toda criatura. La confianza del Señor no ceja. Su amor incondicional se manifiesta en su fidelidad al llamado que hizo. Los pescadores de hombres anunciarán un evangelio que obliga a tomar postura y que ya desde ahora manifiesta su eficacia en quien lo acoge con fe.

Con corazón salesiano


Del Cuadro Fundamental de Referencia de la Pastoral juvenil Salesiana, Cap. 1.

He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar 

Juan Bosco, tanto en casa, como en familia, como en el ambiente de los Becchi en el que vivía, es seguro que hablaba el dialecto piamontés, típico de su tierra campesina. Creemos que María, la mujer de majestuoso aspecto del sueño de los nueve años, habló a Juanito en este dialecto. Ahora bien, en el dialecto de ese tiempo, la frase que María dijo para indicar a Juan su futuro campo de acción, «he aquí donde debes trabajar», no está bien traducida con el verbo “trabajar”, sino que suena más verosímil el verbo “arar”: «he aquí el campo que tendrás que arar». 

Somos hijos de un labrador y esto nos confirma que el carisma salesiano tiene en sí una virtud muy particular que sostiene la misión juvenil que nos caracteriza: la virtud de la esperanza. 

El labrador no mira atrás, no mide la fatiga por los frutos que recoge en el momento. Él, según el clima del Piamonte, tiene que contar con terreno pedregoso y baldío, con la tierra fría del otoño o con la tierra dura del comienzo de primavera. No tiene la visión del sembrador, ni el gozo del segador; tiene solo la esperanza, la certeza del futuro que ve ya en flor, aunque en aquel momento solo palpa sudor y fatiga. 

Son las virtudes de quien quiere evangelizar y educar a los jóvenes: no se puede permitir perder tiempo, no puede perder el camino y contemplar el pasado mirando demasiado hacia atrás, ni siquiera puede pretender ver de inmediato los frutos; es necesario esperar, mirar adelante y saber cultivar en el corazón la certeza de que lo que está haciendo dará mucho fruto, frutos de santidad, frutos de buenos cristianos y honrados ciudadanos. 

Nosotros, los salesianos, miramos a los jóvenes como el labrador mira la tierra que está trabajando, con la firme testarudez del campesino, con la temeridad que caracteriza a nuestro fundador cuando intuye que sus proyectos vienen de Dios; con los ojos y la mente fijos en el presente como lugar de la esperanza, porque éste es el tiempo de los jóvenes, porque, aunque no lo parezca, esa tierra que está trabajando está ya fecundada por la santidad: solo necesita ser cultivada del modo debido.

«En todo lo que aprovecha a la juventud en peligro o sirve para ganar almas para Dios, yo voy adelante hasta la temeridad» (Don Bosco)

A la Palabra, le digo


Señor que lo quisiste: ¿para qué habré nacido?

¿Quién me necesitaba, quién me había pedido?

¿Qué misión me confiaste? Y ¿por qué me elegiste, 

yo, el inútil, el débil, el cansado...? El triste.


Yo, que no sé siquiera que es malo lo que no es bueno,

y si busco las rosas y me aparto del cieno,

es sólo por instinto. Y no hay mérito alguno

en la obediencia fácil a un instinto oportuno...


Y aún más:

¿Pude hacer siempre todo lo que he intentado?

¿Soy yo mismo siquiera lo que había soñado?...

¿En qué ocaso de alma ha disipado el luto?

¿A quién hice feliz tan siquiera un minuto?

¿Qué frente obscura y torva se iluminó de prisa

tan sólo ante el conjuro de mi pobre sonrisa.


¿Evitar a cualquiera pude el menor quebranto?

¿De qué sirvió mi risa; de qué sirvió mi llanto?

Y al fin, cuando me vaya frío, pálido, inerte...

¿Qué dejaré a la Vida? ¿Qué llevaré a la Muerte?...


Bien sé que todo tiene su objeto y su motivo:

Que he venido por algo y que para algo vivo.

Que hasta el más vil gusano su destino ya tiene,

que tu impulso palpita en todo lo que tiene

Y que si lo mandaste fue también con la idea

de llenar un vacío, por pequeño que sea...


Que hay un sentido oculto en la entraña de todo:

en la pluma, en la garra, en la espuma, en el lodo...

Que tu obra es perfecta: ¡Oh, Todopoderoso,

Dios Justiciero, Dios Sabio, Dios Amoroso!...

El Dios de los mediocres, los malos y los buenos...

En tu obra no hay nada ni de más ni de menos...


Pero... no sé, Dios mío: me parece que a Ti

–un Dios...– te hubiera sido fácil pasar sin mí.


Dulce María Loynaz