La Palabra me dice
Jesús está en el Templo con los discípulos y todos observan la misma escena: a los fieles, ricos y pobres, entregando su ofrenda. Pero la mirada de Jesús penetra hasta el corazón y ve lo que los demás no perciben: aquella pobre viuda ha entregado todo lo que tenía para vivir, literalmente ha ofrecido su vida a Dios. Como los ‘anawim’, los pobres de Yahveh, pone toda su confianza en Dios.
Hoy siento que Dios me invita a educar mi mirada a ejemplo de Jesús. A superar mi mirada superficial o indiferente, mi mirada interesada (¿cuánto me va a costar?, ¿qué voy a ganar?), a no quedarme en una mirada desconfiada o crítica (‘las apariencias engañan’, ¿qué intenciones ocultas tendrá?)… y aprender a mirar con amor, como Jesús, el corazón de las personas. También siento la invitación a educar mi corazón a ejemplo de la pobre viuda del evangelio. Hasta poner toda mi confianza en Dios, entregándole toda mi vida, todo mi amor.
Dios es amor infinito, pero se nos entrega en lo más pequeño. Y, muchas veces, no caigo en la cuenta del valor de lo pequeño. Recuerdo y doy gracias por los ‘pequeños gestos de amor’ que he recibido y que he entregado en mi vida.
Esta escena del evangelio también me provoca. Me pregunto si ya he entregado todo al Señor. Soy consciente de que Jesús pide todo el amor. Después de resucitar, pregunta a Pedro: “¿Me quieres?”. Hoy me pregunta a mí: "¿me amas? Y, como Pedro, también yo le respondo: “sí, tú sabes que te quiero”; con la confianza de que quien me pide todo, también me da todo. Yo puedo amar ‘porque Él me amó primero’ y me seguirá entregando todo su amor. El amor siempre pide más amor.
“Lo que han recibido gratis, denlo gratis”. Una de las primeras enseñanzas de la vida de los primeros cristianos era “más vale dar que recibir” (Hechos 20, 35). El Señor entregó su vida por amor. |