Evangelio del Dia

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Lunes 20 de Noviembre de 2023

La Palabra dice


Lc. 18, 35-43

Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!».

Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». «Señor, que yo vea otra vez». Y Jesús le dijo: «Recupera la vista, tu fe te ha salvado».

En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.

La Palabra me dice


El Evangelio de hoy nos presenta la escena en la que una persona ciega recupera la vista. El pedido que esta persona hace a Jesús nos permite darnos cuenta que no es un ciego de nacimiento, sino alguien que en algún momento de su vida ha perdido la vista. El deseo de recuperar algo que considera valioso, que añora, lo lleva a sobreponerse a las personas que intentan callarlo, que quieren ocultarlo del radar de Jesús.

Pero él está convencido, y hace caso omiso a tantas voces contrarias. Y elige las palabras justas, aquellas que podían captar la atención al profeta de la misericordia de Dios, “ten compasión de mí”.

Jesús se detiene, escucha el deseo de su corazón, reconoce lo genuino y sincero de su pedido, y obra el milagro.

Como el personaje de la Palabra también nosotros muchas veces corremos el riesgo de quedar ciegos; víctimas de la presión del ambiente, los discursos, la violencia o la exacerbada búsqueda del bienestar personal a costo del otro, podemos dejar de reconocer a Dios presente y operante en nuestra vida, en la de los demás, en el mundo, o acostumbrarnos a la indiferencia para con los necesitados, dejando de reconocerlos, de mirarlos.

Con corazón salesiano


Don Bosco y Madre Mazzarello recorrían las calles y caminos del Piamonte deteniéndose frente a cada joven que necesitaba recuperar la dignidad de hijos amados, perdida por la dureza de una realidad de pobreza y necesidad.

No se acostumbraron al dolor de tantos y tantas, ofreciéndoles un espacio integral donde desarrollarse en plenitud.

Que también nosotros podamos seguir su ejemplo, involucrándonos con tantas vidas que nos esperan a los costados de los caminos.

A la Palabra, le digo


Te pido Señor el don de un corazón sensible, capaz de reconocer las voces de los necesitados, y tu presencia en sus vidas y mi vida. Ayúdame a no perder la mirada, a no dejar de ver el mundo y las personas con ojos de misericordia y esperanza.