Con corazón salesiano
La sotana de Don Bosco era proverbial. Todos en Turín podían reconocer a este sacerdote bajito. Su sotana lejos estaba de ser impecable, la de un “funcionario religioso”, la de un sacerdote de buen vivir. La sotana de Juan Bosco era vieja, digna pero gastada. En más de una ocasión alguno del entorno del santo le sugería un cambio. Pero ya lo sabemos: el que hizo lo de afuera también hizo lo de adentro. En esa sotana sencilla y gastada, se manifestaba el signo de lo de adentro: una vida humilde entregada a la salvación de los jóvenes, sin descanso, sin guardarse nada para sí, sin apariencias. Don Bosco había dado todo de sí y por eso era puro. |