Evangelio del Dia

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Viernes 09 de Junio de 2023

La Palabra dice


Mc 12, 35-37

Jesús se puso a enseñar en el Templo y preguntaba: «¿Cómo pueden decir los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David ha dicho, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. Si el mismo David lo llama "Señor", ¿cómo puede ser hijo suyo?». 

La multitud escuchaba a Jesús con agrado.

La Palabra me dice


Abro mi ser a tu presencia Señor, regálanos tu Espíritu Santo: https://www.youtube.com/watch?v=ld_K8vEQ_J8 Canciones del Espíritu Santo - Pascua Joven

San Marcos nos presenta hoy un texto que gira en torno a la identidad del Mesías. Con este tema Jesús vuelve al comienzo de las controversias que tuvo con distintos grupos y personas dirigentes del pueblo de Israel (sumos sacerdotes, herodianos, fariseos, saduceos, etc.); todo empezó cuando lo cuestionaron, maliciosamente, por el origen de su autoridad, cuestionamiento que el Señor no respondió. En este momento, después de haber conversado con un escriba (la única persona sincera que se acercó a Él) al cual le dijo que estaba cerca del Reino de Dios, Jesús plantea esta interrogante: ¿De quién es Hijo el Mesías? Según la enseñanza de los judíos, obtenida de la Escritura, el Mesías es Hijo del rey David, de acuerdo con la promesa hecha a David por el profeta Natán; pero Jesús cita el salmo 110 (109) en el cual el rey David se refiere al Mesías como “mi Señor”, siendo “Señor” un título divino. La idea de esta enseñanza no es negar que el Mesías sea descendiente de David, ya que Jesús sí lo es, sino que se trata de poner el énfasis en que el Mesías tiene un origen mucho más profundo; el Mesías humanamente viene de la casa de David, pero su origen primero es del mismo Dios. El Señor no ahonda más en este cuestionamiento ya que, todavía Él no se ha revelado públicamente como el Mesías y por lo tanto como el Hijo de Dios.
Me doy un tiempo y me pregunto por la persona de Jesús y su relación conmigo. 

Con corazón salesiano


Este evangelio me trae el recuerdo de los diálogos de Juanito y uno de sus amigos de Chieri: “Cuando vivía en el café de Juan Pianta, durante el año de humanidades, entablé amistad con un joven hebreo llamado Jonás. Tenía dieciocho años, era un muchacho bien parecido, cantaba con una voz preciosa y jugaba bien al billar. Nos conocimos en la librería de un judío llamado Elías y cuando venía al café, lo primero que hacía era preguntar por mí. Yo lo quería mucho y él disfrutaba mucho por estar conmigo. Quería que compartiéramos todo tiempo libre, nos entreteníamos cantando, tocando el piano, leyendo o encantado con las miles de historietas que yo le contaba. Un día se vio envuelto en una pelea que le hubiera podido costar caro y me vino a pedir un consejo. Yo ante todo le dije: - Si fueras cristiano, querido Jonás, te llevaría sin más a confesarte, pero es imposible. 
- También nosotros, si queremos, vamos a confesarnos. 
- Sí, pero el confesor que ustedes tienen no está obligado al secreto, ni tiene poder para perdonar los pecados, ni puede administrar ningún sacramento. 
- Entonces, si tú quieres, vamos donde un sacerdote. 
- Lo haría sin duda, pero una vez que te hayas preparado como conviene. 
- ¿Cómo? 
- Mira, la confesión perdona los pecados cometidos después del bautismo. Por lo tanto, si tú quieres recibir cualquier sacramento, debes, ante todo, recibir el bautismo. 
- ¿Qué debo hacer para recibir el bautismo? 
- Conocer la religión cristiana y creer en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Entonces, sí podrías ser bautizado. 
- ¿Y qué ventajas me traería el bautismo? 
- El bautismo te borra el pecado original y todos los pecados actuales, te abre la puerta para recibir otros sacramentos; en fin, te hace hijo de Dios y heredero del paraíso. 
- Entonces los judíos, ¿no podemos salvarnos? 
- Querido Jonás. Después de la venida de Jesucristo, los judíos no pueden salvarse si no creen en El. 
- Si mi madre llega a enterarse de que quiero hacerme cristiano, ¡pobre de mí! 
- No temas, que Dios es el dueño de los corazones, y si te llama para hacerte cristiano hará que tu madre acepte tu decisión o, de lo contrario, proveerá de otra manera para tu bien. 
- Y tú, que tanto me estimas, ¿qué harías en mi lugar? 
- Comenzaría por enterarme bien de lo que es la religión cristiana y Dios me seguiría abriendo el camino. 
Comienza, pues, por estudiar el pequeño catecismo y pide a Dios que te ilumine para que puedas conocer la verdad. Desde aquel día se dedicó al estudio de la fe cristiana. Venía al café y, después de una partida de billar, conversábamos acerca de la religión y sobre el catecismo. En pocos meses aprendió la señal de la cruz, el Padre Nuestro, el Ave María, el Credo, y las principales verdades de la fe. Estaba contentísimo y se le veía progresar día a día por los temas que trataba y por su conducta.”

A la Palabra, le digo


“El que se abre a sí mismo hacia el exterior debe no menos abrirse hacia el interior, esto es, a Cristo. El que tiene que ir más lejos para socorrer necesidades humanas, dialogue más íntimamente con Cristo. El que tiene que llegar a ser contemplativo en la acción procure encontrar en la intensificación de esa acción la urgencia para una más profunda contemplación. Si queremos estar abiertos al mundo, debemos hacerlo como Cristo, de tal manera que nuestro testimonio brote, como el suyo, de su vida y su doctrina. No temamos llegar a ser, como Él, señal de contradicción y de escándalo… Por lo demás, ni siquiera Él fue comprendido por muchos.”

Pedro Arrupe, SJ: “En Él sólo la esperanza”