Con corazón salesiano
Este evangelio me trae el recuerdo de los diálogos de Juanito y uno de sus amigos de Chieri: “Cuando vivía en el café de Juan Pianta, durante el año de humanidades, entablé amistad con un joven hebreo llamado Jonás. Tenía dieciocho años, era un muchacho bien parecido, cantaba con una voz preciosa y jugaba bien al billar. Nos conocimos en la librería de un judío llamado Elías y cuando venía al café, lo primero que hacía era preguntar por mí. Yo lo quería mucho y él disfrutaba mucho por estar conmigo. Quería que compartiéramos todo tiempo libre, nos entreteníamos cantando, tocando el piano, leyendo o encantado con las miles de historietas que yo le contaba. Un día se vio envuelto en una pelea que le hubiera podido costar caro y me vino a pedir un consejo. Yo ante todo le dije: - Si fueras cristiano, querido Jonás, te llevaría sin más a confesarte, pero es imposible. - También nosotros, si queremos, vamos a confesarnos. - Sí, pero el confesor que ustedes tienen no está obligado al secreto, ni tiene poder para perdonar los pecados, ni puede administrar ningún sacramento. - Entonces, si tú quieres, vamos donde un sacerdote. - Lo haría sin duda, pero una vez que te hayas preparado como conviene. - ¿Cómo? - Mira, la confesión perdona los pecados cometidos después del bautismo. Por lo tanto, si tú quieres recibir cualquier sacramento, debes, ante todo, recibir el bautismo. - ¿Qué debo hacer para recibir el bautismo? - Conocer la religión cristiana y creer en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Entonces, sí podrías ser bautizado. - ¿Y qué ventajas me traería el bautismo? - El bautismo te borra el pecado original y todos los pecados actuales, te abre la puerta para recibir otros sacramentos; en fin, te hace hijo de Dios y heredero del paraíso. - Entonces los judíos, ¿no podemos salvarnos? - Querido Jonás. Después de la venida de Jesucristo, los judíos no pueden salvarse si no creen en El. - Si mi madre llega a enterarse de que quiero hacerme cristiano, ¡pobre de mí! - No temas, que Dios es el dueño de los corazones, y si te llama para hacerte cristiano hará que tu madre acepte tu decisión o, de lo contrario, proveerá de otra manera para tu bien. - Y tú, que tanto me estimas, ¿qué harías en mi lugar? - Comenzaría por enterarme bien de lo que es la religión cristiana y Dios me seguiría abriendo el camino. Comienza, pues, por estudiar el pequeño catecismo y pide a Dios que te ilumine para que puedas conocer la verdad. Desde aquel día se dedicó al estudio de la fe cristiana. Venía al café y, después de una partida de billar, conversábamos acerca de la religión y sobre el catecismo. En pocos meses aprendió la señal de la cruz, el Padre Nuestro, el Ave María, el Credo, y las principales verdades de la fe. Estaba contentísimo y se le veía progresar día a día por los temas que trataba y por su conducta.” |