La Palabra me dice
En esta hermosa fiesta mariana, con María nos ponemos a la escucha de la Palabra, junto a Ella pedimos al Espíritu que venga y nos llene de luz y disponga nuestro ser a la escucha de la voz del Señor. Esta canción puede ayudarte a ir a su encuentro: “En torno a María” interpretado por la Comunidad mercedaria del Refugiado. https://youtu.be/gUHVKtniKL8
María sale de su casa y emprende un viaje, metáfora de todos los viajes del alma y de la vida misma. Debemos imitar a María, alegrándonos con los que se alegran y manifestárselo. Para que ocurra esto, en nuestro corazón debe reinar la alegría, la alegría de ser seguidor de Jesús, la alegría de sentirse habitado por todo un Dios, la alegría de vivir con sentido y gozo la propia vocación… Un corazón habitado por la alegría se alegra de las alegrías de los demás. María se alegró de la alegría de Isabel. ¿Tenemos un corazón habitado por la alegría?
También hemos de imitar a María al reconocer las obras grandes que ha hecho en nosotros. Reconocer que todo en nuestra vida es un regalo de Dios, desde la vida hasta la vida eterna de la plenitud de felicidad, pasando por el regalo de su Hijo y todo lo que Él nos ha regalado y nos sigue regalando cada día.
Te comparto un precioso texto de Ariel Valdez publicado en la revista Digital Criterio que nos amplía en la comprensión de este texto y nos invita a actualizar la Palabra:
“Derrumbar para mirar. La visitación no fue escrita para enseñarnos la humildad de María sino para mostrarnos cómo Juan se encontró con Jesús cuando aún era un feto, en una hazaña increíble que lo llevó a vencer tres obstáculos: el de la distancia (dos vientres de por medio), el del tiempo (no había nacido), y el de su incapacidad de hablar (lo hizo saltando). Por eso, cuando fue mayor, se dedicó a vencer los obstáculos, tanto sociales como religiosos, para buscar a la gente despreciada de su tiempo: los pecadores, las prostitutas, los cobradores de impuestos, los militares. Se convirtió así en el gran derribador de muros, preparándole los caminos a Jesús. Y si hay algo que Jesús aprendió de Juan fue a eliminar las barreras y divisiones para encontrarse con la gente. Tarea que sigue siendo imprescindible en el mundo moderno.
Cuentan que un caminante pasó cierto día frente a un monasterio, en medio del campo, y vio a los monjes trabajando en un edificio de piedra. Se acercó a uno y le preguntó: “¿Es usted el superior?”. “Así es, y los que están trabajando en la abadía son mis monjes”. “Es magnífico ver levantar un monasterio”, comentó el peregrino. “No lo estamos levantando, lo estamos derribando”, dijo el abad. “¿Derribándolo? ¿Por qué?”. “Porque no nos permite ver la salida del sol por la mañana”.
En la vida no siempre es cuestión de construir. A veces hay que destruir. Porque solemos levantar grandes muros, quizás muy bellos y sutiles, que nos impiden ver la realidad que nos rodea. Parapetados en nuestros rezos y estructuras, no percibimos a las mujeres marginadas, los homosexuales que son humillados, los extranjeros despreciados, los jóvenes sin oportunidades de trabajo, las familias en crisis económicas, los niños sometidos a la prostitución.
Se necesitan monjes que volteen los muros de nuestra comodidad, y nos hagan abrir los ojos. Profetas que derriben la rigidez de nuestra Iglesia. Líderes que demuelan los prejuicios religiosos. Predicadores que derrumben los diques alzados contra la novedad del Espíritu. Y no vale escudarse en que la empresa nos supera. Si Juan pudo hacerlo desde el vientre de su madre, no nos contentemos con el simple intento. Porque hay mucha diferencia entre «hacer lo posible» y «hacerlo posible». |