La Palabra me dice
Jesús estaba en la fiesta, pero no dejaba de ser empático y sensible al sufrimiento de los demás. El enfermo era parte del decorado del lugar, habituado a ser un desplazado, un imposibilitado de llegar, un limitado e incluso maldito bajo la mirada de la sociedad. Sin embargo, no perdía la esperanza de ser curado, por esto estaba en el pórtico esperando para entrar a la pileta con fama de capacidades curativas. Jesús lo reconoce, como me reconoce a mí en este momento de oración. Se compadece, y toma la iniciativa. “¿Quieres curarte?” Permanezco en esa pregunta… es Jesús mismo quien me habla. Él me conoce, me ama, y me lo dice mirándome a los ojos: “¿Quieres curarte?”.
La limitación y enfermedad eran del lisiado, pero también de los judíos que estaban enquistados en sus normas morales que los tenían atados a un cumplimiento deshumano. Jesús es valiente y comprometido con toda vida que sufre, por eso en su intervención libera, transforma y responsabiliza. El enfermo se empieza a hacer cargo cuando toma su camilla, haciéndose cargo de lo suyo. ¿De qué me tengo que responsabilizar para cambiar mi estado de parálisis?
El amor con que Jesús lo sana es gratuito, no espera nada. Por esto el paralítico ni siquiera se había percatado de su nombre.
Los judíos tenían temor de nombrar las cosas como son. Temor de reconocer que en sus escalas de valores la ley estaba por encima de la vida, temor de reconocer los signos patentes del Reino de Dios actuando por medio de Jesús en los pobres, temor de aceptar en Cristo al Hijo de Dios. La consecuencia de ese temor, es el deseo de deshacerse de Jesús. ¿Cuándo he tenido una mentalidad de la división, donde busqué eliminar lo que era distinto a mis criterios, acciones y puntos de vista? ¿Con quién necesito reconciliarme? |