La Palabra me dice
Jesús, el Hijo amado del Padre y hermano nuestro, vino a la tierra como sacerdote, profeta y rey. En este fragmento Jesús nuevamente enseña a ampliar la mirada, a extender los horizontes, a no creernos centro ni dueños de la realidad, sino a reconocer que los caminos de Dios pasan por la defensa, atención y cuidado a los pobres, periféricos, y excluidos. Esto lo enseñó con dos ejemplos bíblicos de un mensaje que la multitud no estaba dispuesta a escuchar: la preferencia de Dios está puesta en los humildes, no en los poderosos. El gran profeta Elías no es enviado a una viuda de Israel, sino de Sarepta. Eliseo, otro profeta enviado por Dios, no curó a los leprosos de Israel, sino a uno de Siria.
A los oídos de los oyentes estas palabras fueron comprendidas como un ataque político, como una blasfemia contra la falsa certeza de creerse dueños y dominadores de Dios.
No entendieron que Dios-Jesús se estaba manifestando, sino que, descalificándolo, se enojaron por creer que se hacía pasar por un profeta.
Jesús fue valiente al realizar estas enseñanzas y desenmascarar que el Dios de quien tanto se llenaban la boca, más que ser seguido con devoción y fidelidad, estaba siendo utilizado para provecho propio. Por esto no estaban dispuestos a escuchar al Enviado de Dios, ni a convertirse.
¿Cómo está mi experiencia de seguimiento del Señor?
¿De qué maneras lo escucho y me relaciono con Él? Mi alma ¿tiene sed del Dios verdadero? ¿Busco conocerlo, compartir con Él mi día, y dejarme moldear por sus enseñanzas o me autoconvenzo de seguir a un dios hecho a mi medida y que confirma mis pensamientos?
Con la violencia no se dialoga, y es lo que Jesús hace, no dialoga, pasando en medio de ellos se va con autoridad; no trata de convencerlos, no busca modos de hacer valer su voz; sigue su camino con humildad, autoridad y confianza en la verdad que enseña. Cuando alguien pone en tela de juicio mis palabras ¿Soy libre para seguir mi camino o respondo con la misma violencia con que soy tratado, embarrando más las cosas?
Seguir al Señor implica experimentar el rechazo, ir contra corriente, abrazar la cruz. Si esto no está, quizás sea porque no estoy siendo testimonio del Señor, sino que me adapto a lo que hay. Jesús, consciente de ello, nos enseña que “ningún profeta es bien recibido en su tierra”. Hoy, ¿qué incomodidad, sufrimiento o cruz que me toca vivir puedo aceptar y ofrecer vivirla con amor? |