Evangelio del Dia

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Domingo 29 de Enero de 2023

La Palabra dice


Mt. 4, 25—5, 12

Lo seguían grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: "Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.

La Palabra me dice


El sermón que Jesús proclama desde la montaña puede ser considerado desde diversos ángulos. Uno de ellos es la actitud de los actores que intervienen en la escena. 

Comencemos por la multitud. Este grupo crecía en la medida que crecía la fama de Jesús. Llegaban de diversos lugares como lo recuerda el texto. No era una masa uniforme, más bien estaban representadas allí personas de distintos pueblos y clases sociales. 

Entonces el Maestro (y aquí viene la actitud de Jesús), utiliza el mejor recurso para hablarles ubicándolas en un monte para que él pueda sentarse en un lugar visible y poder así llegar a cada una de ellas. 

De este modo, podemos distinguir una actitud en la multitud que quiere conocer a Jesús caminando varios kilómetros, sin importarle el cansancio. Y la otra actitud, la de Jesús, que quiere llegar a cada persona, haciéndole saber que es valiosa, que merece tener su lugar y su palabra. En este contexto, Jesús comienza a hablar de la felicidad… 

Con corazón salesiano


Nos imaginamos así el testimonio de Artémides Zatti ante el cuidado de los enfermos:

“Al hospital llegaban enfermos de todos lados, sobre todo los desesperados, sin recursos. Yo, que había estado muy enfermo, los comprendía muy bien y los recibía. Me guiaba lo que Don Bosco había escrito a los primeros misioneros que vinieron a Argentina: “Cuiden especialmente a los enfermos, los niños, los pobres y los ancianos”.

Algunos me decían “Zatti, a usted siempre le toca lo peor…”, cuando recibíamos enfermos que otros hospitales rechazaban. Sin embargo, para mí eran lo mejor… porque en ellos veía la presencia real de Jesús, teniendo presente esto de que “cada vez que lo hiciste con uno de estos pequeños, lo hiciste conmigo”.

Y algunos se quedaron mucho tiempo. Me acuerdo de un muchacho macrocéfalo, cuyo aspecto impresionaba, y una muda bastante inquieta, quienes, como todos los chicos, hacen sus travesuras, que a veces eran problemáticas. En algún momento me propusieron enviarlos a otro lugar, “para que sean mejor atendidos y dejen tranquilo al hospital”. Pero yo me opuse: “Estos dos”, les dije, “atraen las bendiciones de Dios sobre el hospital”.

A la Palabra, le digo


Jesús, Maestro, seguí enseñándonos la felicidad como una opción de vida para construir entre todos, un mundo mejor, más fraterno, en paz y con una genuina justicia. Nos sentamos nuevamente en el monte de las Bienaventuranzas para escuchar tu voz clara y precisa. Ojalá tengamos el coraje y la valentía para seguirte.



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