La Palabra me dice
Este relato nos presenta a Zaqueo, un hombre rico que había amasado su fortuna a base de negocios dudosos. Él había oído hablar de Jesús, y la curiosidad se había apoderado de él. Tanto es así que no le importó tener que subirse a un árbol para poder hacerlo.
Se observa aquí todo un proceso de cambio (salvación) que estaría bueno que podamos observar.
Antes del encuentro: persona de baja estatura. Zaqueo era recaudador de impuestos en una ciudad que era parte de una importante ruta comercial. Su rol era clave, y seguramente se sentía una persona importante. Pero en el fondo estaba desorientado, porque buscaba el valor de su persona en el valor del dinero, y este apego a los bienes lo fue vaciando poco a poco… lo fue haciendo una persona chiquita.
Pero este personaje tiene algo que lo diferencia del común de los fariseos: su inquietud por conocer a Jesús. Cuando el resto “de los suyos” quería matar a Jesús, él, sin embargo, quería conocerlo. Por simple curiosidad, sí. Pero mostrando a la vez una apertura muy sana a lo distinto. En el fondo, es esta apertura la que le permitió a Zaqueo darse la oportunidad de encontrar en Jesús no a un enemigo, sino a un liberador.
Encuentro: salvación. Zaqueo genera las condiciones para el encuentro con Jesús, y el maestro no deja pasar la ocasión. Existe en ese hombre humanamente pequeño un corazón receptivo, una rendija por la que la salvación puede colarse. Y ahí se dijere la mirada de Jesús. Es una mirada cargada de amor, una mirada exclusiva, una mirada cercana. En el encuentro con esa mirada tan profunda y humana, Zaqueo pudo descubrir al fin su propio valor, el valor de su persona: quien valía era él, no su dinero. En ese encuentro inspirado por la curiosidad, Zaqueo encuentra la salvación.
Después del encuentro: conversión Zaqueo se había acercado a Jesús por curiosidad y termina ahora recibiéndolo en su casa. Las murmuraciones explotan; siempre existieron y siempre existirán. Pero lo cierto es que ya nada podrá separar a Zaqueo de quien ha sabido mirarlo de ese modo.
Pero esta salvación, que ahora obra en su corazón, tiene consecuencias. No hay salvación real que no opere un cambio radical en nuestras vidas, y se ve claro en la vida de Zaqueo. Espontáneamente, sin que nadie se lo pida, da lugar a un cambio en su relación con los bienes. También en la relación con sus hermanos. Y Jesús no le pide nada más. Ni a Zaqueo ni a nosotros. |