La Palabra me dice
A diferencia de los sinópticos, que sitúan este episodio al final de la vida de Jesús, Juan decide narrarlo al comienzo de su Evangelio. Para el cuarto evangelio lo que sucede aquí es un gesto programático, un gesto que indica y condensa lo que será la misión de Jesús. De ahí la elección de colocarlo al principio de la actividad de Jesús.
El relato comienza con la afirmación sobre la proximidad de la fiesta judía de la pascua. Esta era una fiesta de liberación. Evocaba el paso de la esclavitud a la libertad, y el pueblo judío, que vivía tiempos de opresión, anhelaba una nueva liberación.
Con motivo de la fiesta se organizaba en torno al templo un gran mercado que ofrecía todo lo necesario para los sacrificios. Los más más pudientes compraban ovejas, los pobres debían contentarse con palomas. Pero todos debían pasar por las mesas de los cambistas, ya que las ofrendas debían hacerse en moneda judía, para evitar las efigies del emperador o de los dioses paganos que figuraban en otras clases de moneda. Era todo un negocio, sobre todo para la clase sacerdotal.
El gesto tan fuerte de Jesús, echando con un látigo de cuerdas a los vendedores, cambistas, y animales, es señal de un cambio drástico que se nos quiere señalar respecto a la relación de Dios con el hombre. El encuentro con Dios ya no depende de la visita al templo judío, sino de la persona de Jesús. Él es el nuevo templo, el lugar del encuentro del hombre y Dios. Uniéndonos a Jesús resucitado damos más gloria a Dios que entrando en una construcción de piedras.
No se trata esto de un desprecio hacia los templos como lugares de oración, ni mucho menos. De hecho, Jesús lo llama “la casa de mi Padre”. Su intención es la de “purificar” el templo, buscando que vuelva a ser un lugar donde el pueblo pueda adorar a Dios con libertad. |