La Palabra me dice
Continuando con la Lectura de ayer y su temática, el evangelista Lucas nos ofrece una serie de reflexiones en torno al uso del dinero, que procuran ayudarnos a meditar sobre nuestra condición de administradores de los bienes temporales.
Todos, en mayor o menor medida, administramos dinero y bienes. Es una particularidad del mundo en que vivimos, es nuestra forma de organización social: nadie es ajeno a esta realidad. Pero queda en nuestras manos decidir cuál es el modo en el que vamos a hacer uso de esta facultad. Por eso la pregunta que se entrevé en el texto evangélico es: ¿procuramos utilizar los bienes teniendo en cuenta los criterios del Reino?
La invitación a un uso responsable y criterioso de los bienes no es ingenua; tiene como fin ayudarnos a no descuidar la hondura de nuestra persona, nuestra esencia como seres humanos, y por tanto nuestra propia felicidad. Si es nuestra prioridad, por ejemplo, sólo acumular dinero, esta no sería una decisión muy astuta de nuestra parte: lamentablemente el dinero acumulado nos iría encerrando poco a poco en nuestros propios intereses, nos enfermaría el corazón, e inevitablemente nos iría alejando del camino de la fraternidad. ¿Cuánto ha de pasar antes de que quien decida sólo acumular termine colocando al dinero en el lugar de Dios y por encima de sus hermanos y del estilo de vida que propone el evangelio?
De ahí el consejo de la Palabra de hoy: es mejor usar el dinero para ganar amigos que nos recibirán en el cielo. Sólo así nuestro futuro está asegurado. |