La Palabra me dice
En el comienzo de este capítulo 16, vemos cómo Jesús ya no le habla a los fariseos como en las parábolas anteriores. Ahora se dirige directamente a sus discípulos… a nosotros.
Si Jesús buscaba un recurso para llamar nuestra atención, parece que lo ha logrado: el personaje principal de su parábola es un administrador injusto, alabado por su sagacidad. Este hombre administraba los bienes de un amo rico, quien descubre irregularidades en el manejo de sus bienes. Es por eso que decide despedirlo.
La situación que debe afrontar es angustiante. Está por quedarse en la calle. Pero lejos de lamentarse y echarse a llorar, este administrador pone su astucia al servicio de su problema, y toma decisiones urgentes que le permitan poder sobrevivir. En lo que parece ser un nuevo acto deshonesto, reduce parte de la deuda a los deudores de su jefe; de esa manera se gana su amistad, esperando que luego ellos lo reciban y lo auxilien cuando quede en la calle.
¿Se nos está invitando con esta parábola a ser deshonestos? Sin duda que no. Si en algo el administrador es un ejemplo es por su habilidad. Por eso la invitación no es a malversar bienes, sino a ser sagaces, a hacernos amigos utilizando los bienes de este mundo para ponerlos al servicio de los más necesitados.
La conclusión de la parábola es, si se quiere, algo chocante. Opone la decisión y la inteligencia con la que actúan los que “pertenecen a este mundo”, a la indecisión y poca sagacidad de los que “pertenecen/mos a la luz”. Tal vez podríamos preguntarnos en qué medida somos lo suficientemente astutos como para desenvolvernos con soltura y creatividad en este mundo de hoy, pero con los criterios de generosidad y desprendimiento propios de nuestra fe. |