La Palabra me dice
Jesús, como lo hace siempre que habla, hunde en sus oyentes la daga de doble filo. En este caso anuncia el fuego del Espíritu, es decir, el comienzo de los últimos tiempos en el cual los hombres están llamados a la conversión en el Bautismo. Es un fuego que nada ni nadie podrá extinguir y que arderá siempre, porque es el amor de Dios hacia los hombres. Para Jesús, el Bautismo con el que será bautizado es la misma Pascua, el paso de la muerte a la vida. El Mesías no vino a traer una falsa paz, la quietud o el mantenimiento del statu quo. Quienes creen en Él deberán optar radicalmente y hasta las últimas consecuencias. Como suele ocurrir cuando Él habla, lo hace a través de una comparación que podría escandalizar y que, sin duda, nos pone ante la radicalidad del Reino, que va más allá de la familia carnal. En realidad, como ha sucedido desde las primeras generaciones cristianas hasta hoy, podrá suceder que en una familia por causa del Reino se produzca la división. En realidad es la descripción del mal final, que precede a la reconciliación de los tiempos mesiánicos. A la luz de esta Palabra podemos preguntarnos qué sentido tiene hoy para nosotros nuestro bautismo, es decir, la presencia del fuego del Espíritu que nos marcó para siempre. |