Evangelio del Dia

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Sábado 15 de Octubre de 2022

La Palabra dice


Lc. 12, 8-12

Jesús dijo a sus discípulos:

“Les aseguro que aquél que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios. Pero el que no me reconozca delante de los hombres no será reconocido ante los ángeles de Dios.

Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará.

Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir”.

La Palabra me dice


Como Dios es amor, se ocupa también y especialmente de los más pequeños, y el temor deriva frecuentemente de la conciencia de nuestra pequeñez y escaso valor. Pero precisamente nuestro valor se ha vuelto infinito desde que Jesús entregó su vida por nosotros. Valemos como la misma sangre de Cristo.

Por eso la clave de la vida del creyente es, sobre todo, la confianza, ya que el Hijo del hombre no podrá dejar de reconocer a quien se ha sentido hijo de Dios y hermano suyo. Solo de esta confianza se puede superar el temor.

Porque el cristiano es testigo del Señor ante los hombres y, contemplando su destino, es donde encuentra la fuerza para resistir la persecución. Pero siempre deberá estar seguro de la fidelidad del Hijo del hombre.
 
Por eso, lo único que no será perdonado es la blasfemia contra el Espíritu, la pérdida de la fe, la apostasía después de la iluminación del Espíritu. Este pecado es imperdonable, no porque el Espíritu no perdone, sino porque el que lo comete rehúsa convertirse. Es el endurecimiento en la ceguera del que cree que ve y rehúsa el don de la vista. Por tanto, es el pecado de quien no se reconoce pecador ni necesitado de perdón.

Con corazón salesiano


En los ambientes de la comunidad salesiana, Don Bosco recomendaba que se cultivara el espíritu de familia, es decir, la confianza mutua por la cual no hay nada que esconder. Por otra parte, también insistía en la necesidad del testimonio entre los propios compañeros, aunque esto pudiera significar el escarnio de las burlas de quienes no creen. En ese momento, debía sostenerlos la conciencia de que el Espíritu les enseñaría cómo tienen que comportarse y qué tienen que decir.

A la Palabra, le digo


Señor Jesús, te damos gracias porque nos animas a confiar siempre en el amor y la misericordia del Padre, que no es insensible ni siquiera a los pajarillos, a las crías de cuervo o a nuestros cabellos. Gracias porque Jesús nos anima a confesar y a afirmar nuestra fe ante cualquier tribunal. Y gracias porque nos has dado tu Espíritu para que nos ayude a proseguir el camino de la humildad y nos enseñe también lo que debemos hacer y decir. Amén.



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