La Palabra me dice
Jesús focaliza la última parte de su discurso a los escribas y fariseos poniéndolos en relación directa con los antepasados que asesinaron a los profetas. De este modo también ellos asesinarán al profeta que no solamente habla sino que encarna la Palabra misma. En él se pedirá cuenta de la sangre de todos los justos y de todos los profetas desde el comienzo del mundo. Porque los letrados van a esta palabra, sofocándola con una multitud de prescripciones inútiles. Desde la sangre de Abel, el primer justo asesinado, hasta Juan, el último profeta, a quien los dirigentes sofocaron, los doctores de la Ley han intentado justificarse, remitiéndose a Moisés.
Por eso, como por una pendiente natural, tratan de matar también a Jesús. Pero en este caso, la sangre derramada por Jesús será sangre de redención y de gracia para los que la miran con sabiduría y fe. Mientras los doctores de la Ley tienen la llave de la ciencia, es decir de la Ley, Jesús abre las puertas del Evangelio de la misericordia para que todos puedan entrar por ellas. |