La Palabra me dice
Los discípulos vuelven “con alegría” por haber anunciado el Reino y porque el resultado de su actividad ha superado sus expectativas. Eso crea el ambiente para la alegría y alabanza de Jesús al Padre. El comparte la alegría de los suyos (la nuestra). Han sido capaces de enfrentarse con el mal en sus múltiples manifestaciones y destruirlo en su terreno, con el poder que viene de “permanecer” en Él. Con todo los (nos) invita a una alegría más profunda, que no acaba, no por la destrucción del poder satánico, sino por la actuación de Dios, que ha escrito sus nombres en el “libro de la vida”, ya que son representantes de Jesús. ¿Quiénes pueden realizar esto? Los suyos, “gente sencilla” (= “los pequeños”), depositarios de una revelación especial sobre quién es Jesús y quién es su Padre; esa condición especial es la que realmente los puede hacer dichosos. Jesús aparece lleno de alegría por su relación con el Espíritu y con Dios, que es su Padre y éste es “el Señor”. La segunda parte del texto es una síntesis del contenido de la revelación, que es absolutamente gratuita; lo que se revela no es solo la mutua relación entre Jesús y el Padre, sino también la relación de los discípulos, nosotros, con el propio Jesús. El núcleo de la revelación del Hijo es “quién es el Hijo” y “quién es el Padre”. Nos habla de una convergencia de afecto y beneplácito hacia el que presta su receptividad a la proclamación del mensaje. |