La Palabra me dice
El Evangelio de hoy nos muestra a Jesús junto a sus discípulos, en camino desde Galilea hasta Jerusalén. Tenemos que pensar, aproximadamente, que la distancia entre ambas ciudades rondaba los 120 kilómetros. Según Google Maps, y con las comodidades que dos mil años después tenemos para hacerlo, para recorrer esa distancia a pie se tardarían casi 24 horas sin parar. Imagínense en la época de Jesús, teniendo que atravesar montes, caminando por quebradas, y con el calzado de la época. Todo un desafío (sobre todo cuando se hace notar el peso del día y del calor), por lo que era prácticamente inevitable el tener que hacer alguna “parada técnica” para descansar, comer y reponer energías.
En esta situación nos ubica San Lucas. Jesús y sus discípulos necesitaban encontrar un lugar para descansar, y la ciudad más cercana era Samaría. Sin embargo, la relación entre los judíos y los samaritanos no era muy buena. Múltiples causas históricas, religiosas y culturales habían enemistado a estos pueblos. Tal es así que los samaritanos, al enterarse de que Jesús y sus amigos iban a Jerusalén, no quisieron recibirlos. ¿Y ahora? ¿Dónde iban a descansar Jesús y sus discípulos?
Nada se dice de cómo reaccionó Jesús al respecto. Y normalmente, si en el Evangelio algo se dice o se omite, es por algo. Ninguna palabra está de más, así como tampoco ningún silencio. Jesús no dice nada, pareciera querer seguir adelante y buscar otro pueblo. Sin embargo, Santiago y Juan vivieron esta situación con tensión y así lo expresan: pretenden hacer caer fuego del cielo para consumir a los que lo rechazaron. Y Jesús los reprende, los reta.
Si algo observamos de Jesús en los evangelios, es que no aceptó ninguna forma de violencia, al contrario. La no violencia es uno de los rasgos esenciales de la actuación y del mensaje de Jesús. Por eso reacciona ante la pregunta de Santiago y Juan y los reta enérgicamente. Si algo quiso Jesús fue arrancar de las conciencias la imagen de un Dios violento. Sus palabras, sus gestos, su modo de proceder y actuar revelan a un Dios amoroso, cercano, paciente, que nunca se impone por la violencia.
A Jesús no le importó ser rechazado: con paciencia decidió seguir su camino y buscar otro pueblo que los reciba. Con esta forma de actuar, Jesús nos enseña que la violencia nunca es el camino. Responder con amor es ser conscientes de que siempre hay otra oportunidad, y que en el camino de la vida siempre encontraremos puertas abiertas que nos reciban tal como somos. No es necesario fingir, mentir que somos lo que no somos, tampoco enojarse si las cosas no salen como las queremos. Recordemos que seguir caminando en búsqueda de “otro pueblo” es apostar por sembrar siempre amor, e intentarlo una y otra vez… |