La Palabra me dice
Dios ya no llamaba a través de una zarza ardiente o en sueños. Tampoco envió ángeles mensajeros como a María o a José. Dios Hijo llamaba en persona. Y se presentaba en la vida cotidiana de cada uno. Así como lo hizo con los hermanos pescadores, también lo hizo con Mateo, en su lugar de trabajo. Sabemos que el Señor llamó a alguien impensado: un recaudador de impuestos, y encima, un judío trabajando para el invasor. Pero un día, su vida cambió: en su lugar de trabajo se le acercó alguien y le dijo: “Seguime” y él dejándolo todo, lo hizo. Y además le ofreció una fiesta.
Hace siglos que Dios usa medidores para llamarnos. Rezo siempre por todos/as los que se me acercaron en mi vida y me propusieron unirme a un retiro, a una misión, a un voluntariado, a dar una mano con algo, al patio. Y yo siempre cayendo en la tentación, como Moisés o Jeremías, diciendo: “¿Yo?”; “¿A mí?”; “Mirá que hay otros mejores que yo, Señor, pero ¿me llamás a mí?”.
Dos cosas. Rezando el llamado de Mateo, me da certezas de que Dios se vale de todos, cada uno con su o sus talentos, para seguir construyendo el Reino aquí y ahora.
La otra. Poder ser mediador del Señor y llamar, sumar a más personas. Impensadas, quizás, como Mateo o como yo, para sumarlas a nuestros espacios y hacernos sentir mirados con amor, con misericordia. ¿Llamamos a todos/as los/as jóvenes? ¿Todos/as se sienten convocados/as? |