La Palabra me dice
Aunque como humanidad nos cueste entender, ya Jesús en el Padre Nuestro nos dijo al principio de la oración, con el “nuestro”, que todos somos hermanos. También somos sus amigos si hacemos lo que Él nos mandó y porque nos dio a conocer todo lo que oyó de su Padre. También en la Cruz nos universalizó a su mamá en la figura de Juan. Hermanos y hermanas, hijos e hijas, amigos y amigas.
Aquí, una vez más nos dice que podemos ser familia, su familia, pero con una condición: escuchar su Palabra y practicarla. Pienso en los grandes y humildes gestos, momentos sencillos que nos acercan a la Palabra, como este espacio del Evangelio del Día con comentario salesiano; pienso en las comunidades eclesiales de base que en torno a la lectura de la Biblia comparten la vida, pienso en los grupos juveniles y misioneros que iluminan su caminar con el Evangelio, pienso en todos los consagrados/as religiosos y seculares que comienzan su día con la Liturgia de las Horas y el Evangelio del día. Y tantos ejemplos más.
Todos/as tenemos un desafío: practicarla. Hacerla carne. Ser semilla en cada espacio y momento de nuestro existir. Y poder decir como Jeremías: “Cuando se presentaban tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón” (Jr 15, 16) |