La Palabra me dice
La escena que relata Lucas y que la Iglesia nos regala para meditar hoy seguramente nos resulta conocida: Jesús cura al servidor de un soldado romano gracias a la confianza que éste depositó en Él: “Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará”. ¡Qué hermosa oración de confianza en Jesús que brotó del corazón del centurión! Fue tan bello y profundo aquello que él dijo que Jesús, admirado, no solo lo alabó públicamente, sino que, atento como está al pedido de toda persona, no lo defraudó ni lo dejó en banda, y curó a su servidor sin tenerlo siquiera delante. Para esto, no sometió a ningún interrogatorio ni a los ancianos, ni a los amigos, ni siquiera al centurión mismo. A Jesús no le preocupó que el pedido viniera de un soldado romano. No le preocupó, tampoco, ni su estado civil, ni su religión, ni siquiera el vínculo que mantenía con su servidor. No se quedó con ningún dato superficial ni se dejó llevar por las apariencias. Sólo miró la bondad de su corazón, lo apreciado que era por las personas, y la confianza con la que intercedió por su servidor. Eso fue más que suficiente para tender un puente… De esta escena se extrajeron las palabras que decimos cada vez que participamos de la Celebración Eucarística justo antes de comulgar: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. En cada Eucaristía, pero también en nuestra vida cotidiana, Jesús, mirando nuestro corazón, viene sin dudarlo a nuestro encuentro como aquel día con el centurión. |