Evangelio del Dia

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Lunes 12 de Septiembre de 2022

La Palabra dice


Lc 7, 1-10

Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: “Él merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga”. Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: “Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará”.

La Palabra me dice


La escena que relata Lucas y que la Iglesia nos regala para meditar hoy seguramente nos resulta conocida: Jesús cura al servidor de un soldado romano gracias a la confianza que éste depositó en Él: “Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará”. 
¡Qué hermosa oración de confianza en Jesús que brotó del corazón del centurión! Fue tan bello y profundo aquello que él dijo que Jesús, admirado, no solo lo alabó públicamente, sino que, atento como está al pedido de toda persona, no lo defraudó ni lo dejó en banda, y curó a su servidor sin tenerlo siquiera delante.
Para esto, no sometió a ningún interrogatorio ni a los ancianos, ni a los amigos, ni siquiera al centurión mismo. A Jesús no le preocupó que el pedido viniera de un soldado romano. No le preocupó, tampoco, ni su estado civil, ni su religión, ni siquiera el vínculo que mantenía con su servidor. No se quedó con ningún dato superficial ni se dejó llevar por las apariencias. Sólo miró la bondad de su corazón, lo apreciado que era por las personas, y la confianza con la que intercedió por su servidor. Eso fue más que suficiente para tender un puente…
De esta escena se extrajeron las palabras que decimos cada vez que participamos de la Celebración Eucarística justo antes de comulgar: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. En cada Eucaristía, pero también en nuestra vida cotidiana, Jesús, mirando nuestro corazón, viene sin dudarlo a nuestro encuentro como aquel día con el centurión.

Con corazón salesiano


Muchas personas han acudido a Don Bosco con la misma confianza con la que el centurión acudió a Jesús. En él no sólo encontraban alguien atento y dispuesto a ayudarles, sino alguien de quien emanaba la paz y la serenidad que sólo pueden emanar de un corazón confiado en Dios. 
¡Qué nuestro santo callejero sea un modelo a imitar!

A la Palabra, le digo


Regalanos, Señor, una fe como la del centurión, una fe confiada que no necesite “ver para creer”, sino que se funde en la certeza de tu cercanía y en la profundidad de tu amor.
Una fe que no haga acepción de personas ni se quede en lo superficial, sino que sepa ver los corazones y se anime a descubrir tu presencia en ellos.
Regalanos, Señor, una fe como la del centurión, atrevida, osada, capaz de tender puentes, y que se funde en la certeza de que tan sólo tus palabras curarán toda herida.


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