La Palabra me dice
Jesús confronta a sus discípulos con un realismo muy fuerte: querer seguirlo, ser su discípulo, supone cargar cada uno su propia cruz. El maestro carga la cruz, los discípulos también. Y cargar la cruz es poner la propia vida en juego por el Reino de Dios, anunciar y servir. En la lógica del Evangelio, la vida, que es un regalo de Dios, se la recibe para entregarla por el bien de los demás, para hacerla servicio, para que sea comunitaria. No es un regalo para mezquinar, para esconder. Jesús también le da a la vida una importancia suprema. La opone a la realidad del mundo, ganar la vida o ganar el mundo. Si ganar el mundo supone perder la vida, o sacrificarla por tener más, entonces no sirve. Lo importante son las relaciones y los vínculos, no las cosas. Sin embargo, ¿cuántas veces sacrificamos lo importante, estar junto a otros, familia, amigos, solo por tener más cosas? Esta realidad que se hace cada vez más densa en un mundo consumista como el que se nos ofrece, no es el camino que Jesús nos invita a vivir para ganar la vida de verdad. |