Evangelio del Dia

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Viernes 27 de Mayo de 2022

La Palabra dice


Jn. 16, 20-23a

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: 

Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará.

Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo.

La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo. También ustedes ahora están tristes, pero Yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar.

Aquel día no me harán más preguntas.

La Palabra me dice


A muchas de nuestras más grandes alegrías les anteceden grandes sacrificios y dolores. Jesús nos propone la imagen de la madre que da a luz a un niño que con su nacimiento hace olvidar cualquier dolor para dar paso a la alegría. Una alegría plena, una alegría rebosante como es la de ver “que ha venido un hombre al mundo”.

Con esta comparación, Jesús nos alienta en el camino de la vida en dirección al cielo. Si en esta tierra experimentamos tan grandes alegrías en el nacimiento de los hijos, en terminar una carrera, en conseguir un trabajo, en ver levantada la propia casa, ¡cuánta más será esa alegría que nadie nos quitará en la plenitud de la vida que es lo que llamamos cielo! La alegría cristiana se vive así en lo cotidiano como anticipo de la felicidad de lo eterno.

Con corazón salesiano


De Don Bosco se decía: “Cuando está muy alegre es que tiene algún problema”. Esa alegría que lo animaba ciertamente no era a causa de una esperanza terrenal, sino por tener su mirada puesta en el cielo y creer firmemente que la aridez de los dolores y dificultades con que se encontraba solo eran el anticipo de una alegría que nadie le podría quitar.

A la Palabra, le digo


Señor Jesús, gracias por los dolores y angustias que se transforman en grandes alegrías. Que la fe de saberte cerca y compañero de camino impulse mi esperanza y renueve mis ánimos ante las dificultades cotidianas, por saberme ya dueño de una alegría plena que nadie me podrá quitar.


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