La Palabra me dice
En tiempos de Jesús, el lavado de los pies era una práctica necesaria por la tierra que había en los caminos y el tipo de calzado que se usaba, y estaba reservada para los esclavos; eventualmente, algunos discípulos lavaban los pies a sus maestros como señal de reverencia, pero no ocurría a la inversa.
En Jesús, Dios nos amó hasta el extremo y así nos reveló su rostro. Con este gesto de abajamiento y donación total, nos recuerda que el Hijo de Dios se hizo hombre. Cuando se identifica con el “Yo Soy”, Jesús cuestiona a quienes lo oyen, porque así reconocían a Yavé en las Escrituras y, por medio de este nombre, Jesús se presenta totalmente cercano y hasta igual a Dios.
Jesús quiere que nos identifiquemos con Él y nos promete en eso la felicidad. No es poca cosa: hoy hay muchísimas promesas de felicidad a la vista y hasta propagandas que quieren venderla: en las cosas que podemos tener o hacer, en la mirada calificadora de los demás, o para sortear dificultades con velocidad y facilidad…
El lavatorio de los pies es el gesto revolucionario del amor: Dios se inclina ante el hombre como Servidor. Este camino de servicio y entrega no está libre de conflictos y dolor. El lavatorio de los pies, en el evangelio de Juan, nos habla de lo que aconteció en la Cruz y acontece en cada Eucaristía. Su gran poder se manifiesta en la plena libertad y capacidad de darse. |