La Palabra me dice
En el Génesis, la Escritura narra los orígenes del mundo, cuando Dios, por medio de la Palabra, crea todo lo que existe, empezando por la luz. El prólogo del evangelio de Juan comienza contándonos que “al Principio ya existía la Palabra”, y esa Palabra de vida era la luz de los hombres que resplandece en la oscuridad, “era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre.”
Jesús se nos presenta como la luz que nos trae la salvación, pero que necesita a la vez de la aceptación libre del hombre para que ésta se realice. Está en nosotros aceptar el mensaje de Jesús o elegir vivir en las tinieblas. Quedar en las tinieblas es el juicio o consecuencia de no escuchar la Palabra y rechazar a Jesús. No se trata de un castigo divino por no haber adherido a un discurso o código moral, sino que es el resultado de no haber hecho lugar en el propio corazón, en la propia historia, a esta Palabra que es “mandato” de Vida eterna.
Parece extraño que Jesús diga que Él es la luz, pero no dé por sentado que se lo pueda ver. Justamente, porque no se trata de simplemente “ver” con el sentido de la vista, sino de ver en Él al Hijo de Dios que nos trae la salvación a todos y cada uno, que es más fuerte que cualquier oscuridad; se trata de ver la realidad con sus ojos y allí su presencia amorosa y salvadora, que no juzga, no obliga, no pone condiciones; sino que es misericordia, propuesta, anuncio de Vida para todas las personas, de toda condición. |