La Palabra me dice
La lectura de hoy nos presenta la última aparición de Jesús resucitado que narra el evangelio de Juan. Pedro y los discípulos habían vuelto a su antiguo trabajo y van a pescar al lago. Sin embargo, en toda la noche no lograron pescar nada. Al amanecer, Jesús aparece en la orilla y desde allí les dice que echen las redes a la derecha de la barca. Entonces la red se llena tanto de peces que no consiguen moverla (Jn 21,1-14). Se repite ante Pedro y los discípulos la pesca milagrosa que en un primer encuentro había provocado el llamado de Jesús a seguirlo (Lc 5,4-7) y ellos reconocen al Señor. De vuelta en tierra, comparten la comida.
Jesús resucitado vuelve a aparecer para recordarle a Pedro (y también a nosotros) el amor que le tiene, el llamado a ser su discípulo, la misión que le confía. Jesús lo llama por su antiguo nombre: “Simón”, ese pescador que trabajaba para vivir el día a día, de carácter fuerte, terco e impulsivo. Pero que quiere al Señor y confía en su palabra. Las tres preguntas por su amor nos remiten a las tres veces que Pedro, la noche de Pascua, negó a Jesús “antes que cante el gallo”, cuando iba a ser condenado a muerte (Cfr. Jn 18,27). Pedro puede sanar la herida de esa traición renovando su amor por Jesús, y Jesús vuelve a confiarle la misión de ser Pastor de su rebaño. Sigue eligiéndolo y confiando en él. La nueva comunidad, que será la Iglesia, se construirá sobre esta Piedra, llena de fe pero no libre de fragilidad. Jesús no espera que nunca cometa pecado, que no tenga errores, sino que pueda volver a abrazar este llamado por amor hasta ser capaz de dar la vida por sus ovejas, tal como Él lo hizo. |