La Palabra me dice
En esta ocasión, Juan nos revela uno de los puntos centrales de la actitud cristiana: el servicio evangélico. En medio de tanta confusión por parte de los discípulos, quienes no comprendían y se sentían desconcertados por momentos, Jesús deja en claro que siempre se trata de servir. El Mesías, el Hijo de Dios vivo enviado al mundo, el Rey de reyes, no vino a ser servido, sino a servir. Distinto a toda concepción jerárquica, en el Evangelio aquel que se encuentra en los escalones más altos de la pirámide es quien tiene que habitar el último espacio en pos de servir a los olvidados, a los sin rostro, a los más sufrientes. Jesús reúne a sus amigos en torno a la mesa de la cena, y los desconcierta con un gesto propio de quien obedece y sirve, de quien no suele ser protagonista en la Historia, de quien no se le suele conocer la identidad. El lavado de los pies era, en aquel entonces, una tarea propia de los servidores y esclavos, y en esta oportunidad el Hijo de Dios, el Maestro, se arrodillaba y abajaba frente a cada uno de los discípulos, para lavarles los pies a ellos: la Buena Noticia de Cristo no deja de quebrar todo cálculo, y una vez más se vuelve entrega desmedida. |