La Palabra me dice
“No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios”. Si hay un misterio difícil de asimilar para cristianos y cristianas, es el de la Encarnación. Los judíos decían que Jesús blasfemaba porque siendo hombre se hacía Dios, cuando en verdad el tema es que Dios se había hecho hombre. Para ellos esto era inconcebible. Y para muchos/as de nosotros/as puede que también.
No podemos ver a Dios débil, frágil, impotente. No nos entra en la cabeza. El Dios que llora, que algunas veces no ha podido hacer milagros (según dicen los evangelios), el Dios que ni siquiera ha sido bueno para convertir a sus discípulos más allegados, que no pudo ni quiso evitar la cruz… ese Dios no nos convence, no nos dice nada, no lo queremos.
Jesús, una y otra vez, se esforzará en decirnos que Él es Dios con nosotros; así, simple, sencillo, a la mano, como uno más entre tantos.
“Así de humano, solamente Dios”, dirá algún buen teólogo latinoamericano.
Y que ha venido para decirnos y enseñarnos que dentro del corazón humano está habitando la divinidad. Dios habita en lo hondo de cada ser. Sosteniendo la vida de la Creación. Por eso cada ser creado es espacio sagrado, tierra de bendición…
Si pudiéramos comprender estas cosas… qué distintos serían nuestros vínculos, qué diferentes las relaciones entre comunidades y pueblos.
Entender el mensaje de Jesús es comprender que somos hijos e hijas del mismo Padre, que su Espíritu nos habita, y que somos entonces hermanos y hermanas entre nosotros y con la Creación toda.
En esto hay mucho todavía por caminar… la Cuaresma, la Pascua ya vecina, nos pueden ayudar. |