La Palabra me dice
“¿Puede un ciego guiar a otro ciego?”. El discípulo que se las da de maestro aun faltándole formación es un engreído. Hay que dejarse moldear y seguir trabajando el mandamiento del Amor, la generosidad, la humildad, la prudencia. De lo contrario, nuestro hermano, que también está ciego, queda más perdido y herido de lo que estaba. Debemos darle tiempo al tiempo, no apresurarnos.
La responsabilidad que tenemos, desde la vida cristiana y como familia, no es sólo lo que soy sino lo que los demás ven en mí. La importancia de aquello que somos, lo que decimos, lo que hacemos.
“¿Cómo es que ves la pelusa en el ojo de tu hermano…?”. ¿Acaso yo no la tengo? A mi hermano, a mi amigo, no le dejo pasar nada… ¿y yo? Preferimos tamizar menos lo propio que lo ajeno, que los errores del otro se noten más. No puedo pedirle a mi hermano que cambie algo que yo no estoy dispuesto a cambiar… |