Evangelio del Dia

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Domingo 27 de Febrero de 2022

La Palabra dice


Lc. 6, 39-45

Jesús les puso también esta comparación: “¿Puede un ciego guiar a otro ciego? Ciertamente caerán ambos en algún hoyo. El discípulo no está por encima de su maestro, pero si se deja formar, se parecerá a su maestro.

¿Y por qué te fijas en la pelusa que tiene tu hermano en un ojo, si no eres consciente de la viga que tienes en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, deja que te saque la pelusa que tienes en el ojo’’, si tú no ves la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo para que veas con claridad, y entonces sacarás la pelusa del ojo de tu hermano.

No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni tampoco árbol malo que dé frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de los espinos ni se sacan uvas de las zarzas. Así, el hombre bueno saca cosas buenas del tesoro que tiene en su corazón, mientras que el malo, de su fondo malo saca cosas malas. La boca habla de lo que está lleno el corazón”.

La Palabra me dice


“¿Puede un ciego guiar a otro ciego?”. El discípulo que se las da de maestro aun faltándole formación es un engreído. Hay que dejarse moldear y seguir trabajando el mandamiento del Amor, la generosidad, la humildad, la prudencia. De lo contrario, nuestro hermano, que también está ciego, queda más perdido y herido de lo que estaba. Debemos darle tiempo al tiempo, no apresurarnos.

La responsabilidad que tenemos, desde la vida cristiana y como familia, no es sólo lo que soy sino lo que los demás ven en mí. La importancia de aquello que somos, lo que decimos, lo que hacemos.

“¿Cómo es que ves la pelusa en el ojo de tu hermano…?”. ¿Acaso yo no la tengo? A mi hermano, a mi amigo, no le dejo pasar nada… ¿y yo? Preferimos tamizar menos lo propio que lo ajeno, que los errores del otro se noten más. No puedo pedirle a mi hermano que cambie algo que yo no estoy dispuesto a cambiar…

Con corazón salesiano


Antes de estar al frente de los jóvenes como padre y maestro, Don Bosco tuvo que prepararse, dejarse moldear por las manos de Dios, limpiar su mirada y, a la vez, conocer la realidad en que ellos vivían. Fue así como supo guiarlos y ayudarlos. “Aprender a ser sacerdote”, dirá al hacer referencia a los tres años pasados en el Convitto de Turín.

A la Palabra, le digo


Padre bondadoso, danos la capacidad de reconocer aquellas cosas que nos vuelven ciegos, para así luego poder guiar a los demás por el buen camino según nuestra responsabilidad. Que no nos olvidemos de ser discípulos. Limpiá nuestra mirada, hacela humilde y sencilla para caminar todos juntos en la construcción de tu Reino.



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