Evangelio del Dia

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Miércoles 29 de Diciembre de 2021

La Palabra dice


Lc. 2, 22-35

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con Él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

“Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”.

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de Él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”.

La Palabra me dice


Encontramos nuevamente a la familia de Nazaret siguiendo las tradiciones religiosas de su pueblo: una mamá y un papá jóvenes acercan, con la ofrenda de los pobres, a su niño pequeño al Templo. Llevaban con fe y amor a su hijo para consagrarlo a Yahvé.

Simeón, hombre “justo y piadoso”, se deja guiar por el Espíritu; él sabe esperar y contemplar el cumplimiento de las promesas de Dios. Cuando los ve, le nace una alabanza.

En sus palabras, Lucas ya nos anticipa que el Mesías esperado por Israel traerá salvación no sólo para algunos sino para toda la humanidad. Es la alegría de Simeón.

Pero dice algo más. Habla a María y resume el misterio de la vida de Jesús y de cuantos lo conocerán y deberán intentar comprender su mensaje; se preguntarán si vale la pena seguirlo o no. 

En la cruz, a Jesús lo atravesará una lanza; a María, una espada. Ella sintonizará su vida y su corazón con los de su hijo, en la alegría y el dolor, desde el sí al Ángel hasta los pies de la Cruz.

Con corazón salesiano


Simeón miraba con los ojos de la fe, con la historia de su pueblo, con el corazón esperanzado. 
Don Bosco también supo reconocer en sus jóvenes las promesas de Dios. En Domingo, en Juan, en Miguel. A veces con visiones extraordinarias; otras, al constatar sus búsquedas profundas, y tantas veces, con la sola confianza en el corazón de los jóvenes, que finalmente despertaba en ellos el deseo de santidad.
Como en el sueño de la pérgola de rosas, la belleza también trae sus espinas. Pero no están en vano, sino que nos exigen preguntarnos a dónde vamos, por qué, para qué; revelan intenciones, purifican el amor, fortalecen el sentido.
También en nuestra vida, las contradicciones, a su tiempo, se vuelven reveladoras.

A la Palabra, le digo


Señor Jesús, ayudános a contemplar la salvación que nos regalás a cada uno de nosotros, a toda persona, de toda condición.
Que sepamos ver tus promesas en los niños, niñas y jóvenes que nos confiás. 
Que sepamos seguirte también en las dificultades.
Que ante el dolor y la incertidumbre sepamos sintonizar con tu corazón, como María.


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