La Palabra me dice
A San Juan, Apóstol y Evangelista, la Iglesia lo recuerda como “el Discípulo Amado”. Él es uno de los tres, con Pedro y Santiago, que comparte más momentos con Jesús, está cerca suyo en la última cena y a los pies de la cruz junto a María, representando a toda la humanidad. La escena del texto ocurre en la mañana de Pascua: María Magdalena había llevado perfumes al sepulcro y, al no encontrar el cuerpo de Jesús, corre a buscar a Pedro y a Juan. El relato no se trata de lo que pasa con Jesús, sino de lo que les pasa a los discípulos. Juan y Pedro salen corriendo juntos, pero Juan llega primero. Sin embargo, Pedro es el primero en entrar: mira, analiza. Juan, que entra después, ve y cree al instante. Se dice que Pedro representa en las primeras comunidades a la “institución” (con más años, prudencia, autoridad) y Juan, el “carisma” (se adelanta, intuye lo nuevo, cree libre y espontáneamente). Ante el misterio, ambos se acercan juntos, pero de modos distintos. Así ocurre también en nuestras comunidades, en la Iglesia. Nos une el Amor, que nos pone en movimiento. Hoy nos detenemos en Juan, y su impulso de salir al escuchar el anuncio de María Magdalena; su espera a Pedro, que no limita su libertad para avanzar, ver y creer. La experiencia de cercanía con el Maestro había preparado su corazón para ir hacia Él y mirar la realidad reconociendo los signos de su presencia viva. |