Evangelio del Dia

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Viernes 03 de Diciembre de 2021

La Palabra dice


Mt. 9, 27-31

Dos ciegos siguieron a Jesús, gritando: “Ten piedad de nosotros, Hijo de David”.

Al llegar a la casa, los ciegos se le acercaron, y él les preguntó:

“¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?”

Ellos le respondieron: “Sí, Señor”.

Jesús les tocó los ojos, diciendo: “Que suceda como ustedes han creído”.

Y se les abrieron sus ojos.

Entonces Jesús los conminó: “¡Cuidado! Que nadie lo sepa”.

Pero ellos, apenas salieron, difundieron su fama por toda aquella región.

La Palabra me dice


Esta narración deriva de una tradición paralela a la reportada en Mt. 20, 29.34. Aquí también hay dos ciegos. Mateo insiste sobre el punto de la fe: “… qué suceda según su fe”. Lo mismo le dijo a la mujer que había tocado su manto: “Tu fe te ha sanado”. Luego y a continuación Jesús alude al secreto mesiánico: “Que nadie lo sepa”, pero ellos no lo observan y divulgan el hecho.

En cierto sentido, todos nosotros somos ciegos frente a Dios. Por eso constantemente la comunidad (la Iglesia) le pide que Él nos dé su luz, para distinguir bien lo que pasa en nuestra vida y en los acontecimientos del mundo. A los fariseos que creían tener buenos ojos, Jesús les dice que son ciegos, porque no ven el sentido de aquello que él hacía. La vida que nos da Dios y que se desarrolla con la palabra y la enseñanza de Jesús, son una luminosa luz que nos permite saber qué signos lo manifiestan y lo revelan plenamente. Tener la mente y los ojos abiertos para captar con claridad lo que nos dice el Señor, es un signo de interés y aprecio de su palabra. 

Con corazón salesiano


Don Bosco y María Mazzarello, ambos se convencieron de que debían ser luz para los jóvenes de su tiempo. Los dos comenzaron ofreciendo un lugar de recreo y distensión a muchachos y chicas que necesitaban. El padre Pestarino, que vivía en Mornese, el pueblo de María Mazzarello, la animó –a pesar del sacrificio que requería– a aceptar en su obra de caridad a todas las chicas que allí acudían. Ella les enseñaba de todo, para que aprendieran a desempeñarse en la vida, solas y con la capacidad que cada cual poseía. Tanto Don Bosco como María Mazzarello iluminaban el recorrido de la vida y esa luz les revelaba a los jóvenes el camino de la realidad que debían vivir. Los cristianos somos mediadores de la luz del Señor que se difunde en el mundo. Siempre que podamos, hemos de estar dispuestos a ser luz para los otros: muchos necesitan esa claridad para ver bien los caminos de su vida, sin tropezar o perderse.

A la Palabra, le digo


Espíritu Santo: hace de mí una luz buena para cuantos me rodean, de modo que mirándome como yo vivo, sepan que Dios vive en mí.

Estate siempre a mi lado. Que nunca las tinieblas del mal cubran mi vida. Amén.


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