Evangelio del Dia

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Lunes 15 de Noviembre de 2021

La Palabra dice


Lc. 18, 35-43

Cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”

Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”

“Señor, que yo vea otra vez”.

Y Jesús le dijo: “Recupera la vista, tu fe te ha salvado”. En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.

La Palabra me dice


“Le respondieron que pasaba Jesús de Nazareth”. Por ese lugar estaba pasando Aquél que hacía que una multitud lo siguiera. Su nombre era tal que el ciego en su condición y marginacion le gritó aún cuando querían acallarlo. Su fe en el paso de Jesús era tan grande que no le importaba otra cosa, solo que el hijo de David lo escuchara, y pudiera atender su súplica.

Jesús en su compasión y misericordia no lo cura de repente, sino que le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. No hay duda que Jesús ya percibía su ceguera, sin embargo le pregunta. 

Nuestro Señor nos propone su Buena Noticia, su Salvación, nos da la libertad de elegir ser curados o no. Su pregunta hace de Él la humildad de preocuparse, de mirarlo, escucharlo, de acercarse y curarlo.

Vivimos en un mundo donde muchas cosas se dan por sabido, donde no hay gran margen de preguntar; “¿cómo estás?, ¿qué necesitas? ¿en qué te puedo ayudar?” Su mensaje nos invita a preguntar, a ponernos al servicio del otro, a tocar el dolor del otro. No para dañar, sino para curar, especialmente nuestras cegueras, para poder ver a los demás. 

Con corazón salesiano


En los tiempos de Don Bosco la juventud era, al igual que el ciego, acallada por muchas personas. Una juventud que buscaba la mirada de un padre. Y tal era así que, de la miseria con la que eran tratados por sus patrones y guardias, Don Bosco los mira.

El santo podía seguir su camino y ofrecer su sacerdocio sin siquiera importarle los jóvenes que gritaban y pedían ayuda ante las dolencias de sus vidas. Sin embargo, al igual que Jesús, se detuvo, se acercó, miró y tocó sus dolencias. Él se preguntaba: “¿Qué puedo hacer por estos pobres muchachos?” Y las respuestas se daban en la cercanía, en la atención, en el gesto de un padre que anima a sus hijos. Nadie estaba obligado por Don Bosco a ir al oratorio, pero iban porque ahí estaba la presencia de un Papá Dios que se preocupaba por ellos, los amaba y educaba para la vida. Ahí no eran acallados, ni tampoco marginados.

A la Palabra, le digo


Señor, te doy gracias porque hiciste de tu amor un corazón grande en Don Bosco para que no hiciera oído sordo a la realidad de los jóvenes. Creaste en él un corazon semejante al tuyo, manso y humilde. 

Te pido, buen Dios, que nos regales un corazón dócil y servicial para estar dispuestos siempre al hermano, a la hermana, que esté más necesitado.


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