La Palabra me dice
Vivimos en una época donde se da gran importancia a la planificación. Todo parece estar previsto de antemano. Y, sin embargo, acontecen cosas inesperadas y hechos desconcertantes. Una pandemia, una enfermedad, una pelea con la propia familia no están planificadas. Tampoco las cosas lindas que nos pueden acontecer: un encuentro, un regalo, una lectura que abre nuestro corazón a nuevos horizontes.
Esto tendría que ayudarnos a comprender que nuestra vida está en las manos de Dios. Nuestro presente y nuestro futuro, como lo ha estado nuestro pasado. Por eso, Jesús nos llama a esperar con ánimo alerta su venida. Puede ser en cualquier momento, no lo podemos prever ni planear. Cuando uno planea demasiado, en el fondo piensa que tiene todo en sus manos y que solo puede esperar los resultados de lo que ha planificado.
Pero Jesús nos invita a ir siempre más allá de nosotros mismos, como resulta de estas dos parábolas. Él vendrá y superará ampliamente todo lo que podemos imaginar. Nuestro presente consiste en una espera lúcida y activa. Vendrá el esposo y no quiere encontrarnos durmiendo o, peor aún, viviendo solo para nosotros mismos. No somos dueños de lo que tenemos o lo que somos, sino administradores que un día deberán rendir cuenta y que ya la están rindiendo. Estamos llamados a ser seguidores y servidores. Para eso todos hemos recibido algo. Y al creyente, que ha recibido y sigue recibiendo el don de la fe y del amor del Padre, se le reclamará lo que ha recibido, multiplicado de acuerdo a ese mismo don.
Las mismas dificultades que inquietan nuestra vida son un aviso de que Él está cerca. No sabemos cuándo, pero vendrá. Es el esposo que desea hacerse una carne con la esposa. Lo desea ardiente y apasionadamente. ¿Lo deseamos así también nosotros? |