La Palabra me dice
Como en otras escenas del Evangelio, también ésta presenta a Jesús mirando a Mateo. Su mirada es la mirada del buen pastor que busca siempre la oveja perdida. Es una mirada de amor que no condena, sino que hace revivir. De alguna manera, nos remite al libro del Génesis cuando Dios, después de crear cada creatura, afirma: “Y vio Dios que era bueno”. Y al crear al hombre: “Vio Dios que era muy bueno”. Esta mirada que pone de pie a las criaturas, será el primer paso del acercamiento de Jesús a Mateo. Este es un recaudador de impuestos llamado “publicano”, es decir el pecador por excelencia, ya que cobraba a los judíos, muchas veces aprovechándose de su oficio, para retribuir a los romanos. Cobraba impuestos para los impuros y enemigos más odiados.
Jesús, sorprendentemente, lo llama a seguirlo. Mateo se siente impulsado por esa voz a levantarse de su pecado y de su parálisis y a seguirlo.
Pero antes le ofrece un banquete en su casa. En Jesús ha descubierto que puede tener una vida nueva y hay que celebrar. En el Evangelio, aparecen varias veces las comidas de Jesús. Él es invitado por muchas personas de todos los rangos sociales y acude a estos banquetes, hasta el punto de merecer de parte de los judíos el mote de “comilón y bebedor”.
En este caso acuden también algunos fariseos que no conciben cómo un justo pueda mezclarse con los pecadores. Protestan por la actitud de Jesús. Ellos no entienden el verdadero sentido de su misión: atraer a todos hacia el amor del Padre. Éste ha enviado a su Hijo, el único justo, a buscar a los hijos perdidos. Su amor es gratuito y no pone condiciones. Los fariseos creen poder “comprar” el amor de Dios con sus acciones y cumpliendo la ley.
Jesús viene a proponer, en cambio, un banquete para todos, pero especialmente para los más alejados, aquellos que nunca serían invitados al banquete de los justos. Éste es el ágape del amor y la fraternidad. Será también el momento en que los enfermos y los heridos quedarán curados. En que los que están tirados al borde del camino, en las cunetas de la vida, podrán seguirlo.
Él afirma, citando al profeta Óseas, algo que los fariseos debían conocer bien: “Quiero misericordia y no sacrificios”. Esto significa que la misericordia de Dios está por encima de cualquier mérito u obra humana. La misericordia es lo único que hace al hombre “bueno”. El abrazo de Dios está abierto y se dirige especialmente a quienes más necesidad tienen de Él. Todo lo demás vendrá después. A la luz de este Evangelio, estamos llamados a revisar profundamente nuestra vida de creyentes. Si somos capaces de reconocernos amados por Dios en Jesucristo, en primera persona. Aún en tiempos de pandemia, de enfermedad, de peligro, de pecado y de cruz. Muchas veces podemos sentir la tentación de juzgar a los demás por lo que piensan (o nosotros pensamos de ellos), por lo que dicen o por lo que hacen. Pero, por más bajo que pueda caer el ser humano, nunca deja de ser amado por Dios. En cambio, quienes juzgamos y condenamos, podemos tener una actitud farisaica que nos cierre las puertas del banquete. Sin darnos cuenta, cerrándolas a otros, podemos estar cerrándolas a nosotros mismos. |