La Palabra me dice
Vivimos en un mundo lleno de palabras. Las que escuchamos, las que leemos, las que decimos, las que muchas veces nos engañan o nos mantienen simplemente a flote, en la superficie. Esta parábola que narra Jesús a la multitud, como explicará después a los discípulos, tiene como eje central la Palabra de Dios. Debe ser leída a la luz de una pequeña parábola del Evangelio de Juan: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).
En la parábola que Jesús narra, por una parte, Él es sembrador. Por otra parte, Él es también la semilla que, caída en la tierra fértil de María, luego murió para dar mucho fruto. Jesús es la misma Palabra encarnada, el que se hizo carne, semilla y habitó entre nosotros. Como judío marginal, proveniente de Galilea, era un hombre insignificante, aunque peligroso, a los ojos de los judíos. Pero la semilla aún siendo muy pequeña, tiene una fuerza portentosa. Por eso, después de la muerte resucitará con una vida plena.
Además de ser la Palabra hecha hombre, Jesús anunciaba la Palabra, la buena noticia del Reino a las multitudes. Como el sembrador, que arroja la semilla por todas partes, sin importarle el terreno donde cae. Esto era raro entre los campesinos, cuyas escasas semillas eran cuidadosamente colocadas en los lugares adecuados.
Pero el sembrador de la parábola siembra generosamente. Confía en la fuerza extraordinaria de esa Palabra, destinada a dar fruto, el ciento por uno.
Claro que no podrá hacerlo en los pedregales, en los caminos, en los yuyales, pero no importa. Esa tierra podrá también transformarse algún día.
Los mismos apóstoles y discípulos que habían escuchado la Buena Noticia de los labios de Jesús, fueron tierra pedregosa o llena de yuyos, que le impidieron a la semilla dar el fruto esperado. Como sabemos, ellos fallaron varias veces, porque no entendían a Jesús, porque fueron cobardes o porque no creyeron en Él.
Solo en Pentecostés fueron iluminados y fortalecidos por el Espíritu de Jesús y pudieron tener la valentía de ser sembradores ellos también de la Buena Noticia, porque el grano muerto dio mucho fruto en ellos. ¿Y nosotros? ¿Cómo recibimos a Jesús y escuchamos su Palabra? ¿Cómo está la tierra de nuestro corazón? Hay como una escala con distintos escalones que puede graduar nuestra capacidad de dar fruto ante la Palabra: escucharla - conservarla o guardarla - creerla - vivirla - testimoniarla - anunciarla. El gran desafío de la vida cristiana. |