La Palabra me dice
Hoy es la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Para los judíos y romanos, la cruz era el peor castigo y la mayor maldición. Para los cristianos, en cambio, se convirtió en signo de salvación. Con ella fuimos marcados el día de nuestro bautismo. Y a ella hacemos referencia cuando trazamos sobre nuestro cuerpo la señal de la cruz.
En el texto que leemos en el Evangelio de Juan, Jesús hace un pre-anuncio de su cruz. Ante todo, Él es el que ha bajado del cielo y ha tomado carne humana. Se ha hecho hombre y mortal como nosotros. Y se remite al Antiguo Testamento para realizar el anuncio de su muerte en cruz, muerte salvadora que concluirá en la resurrección. “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto”.
Como recordamos, la primitiva serpiente, símbolo del demonio, sedujo a Eva y Adán para que cayeran en pecado. Durante la travesía del desierto, el pueblo en marcha hacia la Tierra prometida cayó en otro pecado, al protestar contra Moisés y contra Dios por haberlos llevado al desierto, añorando a Egipto. Entonces, muchos israelitas sufrieron la picadura de numerosas víboras venenosas que los hacían morir. Por eso, piden a Moisés que interceda ante Yahvé para que los libere de este peligro mortal (Num 21, 4-9). Y Dios ordena a Moisés que levante una serpiente de bronce, para que todo el que ha sido mordido levante la vista hacia ella y quede curado. A este caso se refiere Jesús en su respuesta a Nicodemo. La serpiente de bronce es en realidad la cruz en la que el Hijo del hombre será levantado para salvarnos del veneno del pecado.
En nuestro camino de peregrinos, muchas veces somos mordidos por la tentación. Y podemos caer en diversas esclavitudes. O incluso, si las hubiéramos superado, volver a ellas, como el pueblo ansió volver a Egipto.
Es el momento en que tenemos que alzar la mirada hacia nuestro estandarte, que es la cruz de Cristo. Solamente en ella hay salvación. Pero hay que creer en ella, en el crucificado-resucitado. Porque solamente así podemos superar la imagen de un Dios puramente juez y castigador, siendo que Él “no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él…”. |