La Palabra me dice
“Crucemos a la otra orilla”. La invitación la hace Jesús. Hubiera podido quedarse de este lado, era más cómodo, más simple, menos riesgoso. Sin embargo emprende el cruce del lago invitando a sus amigos. Cruzar va a implicar asumir riesgos, salir de un lugar seguro a otro, quizá, más desconocido. Es largarse a la aventura. ¿Qué hay del otro lado del lago? ¿Qué nos espera? ¿tenemos alguna certeza de bienestar?
“¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?”. En camino a la otra orilla se desata la tormenta. No es fácil cruzar. Tormentas que pretenden hundirlos vienen sobre ellos. Las olas altísimas, el viento furioso, la barca a merced de estas inclemencias… Lo contrario de la fe no es la duda, es el miedo. Y Jesús lo percibe en sus compañeros de travesía. El miedo hace que nos paralicemos, que dejemos de confiar, que dejemos de creer. Nos envuelve hacia dentro de nosotros mismos y nos hace perder la perspectiva del confiar en el otro. También nos cierra a la confianza en Dios.
“¿Quién es éste….?”. La pregunta que se desprende de todo este relato. Quizá la pregunta fundamental de la fe. Jesús la va hacer explícita más adelante: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”. Pregunta que debería seguir resonando en el corazón de cada discípulo/a de Jesús hasta el final de la vida. |