La Palabra me dice
“Ustedes tienen que renacer”: Esta es la gran propuesta, la gran revelación. Hay que renacer, volver a nacer, regenerarnos. Por tanto, no es cuestión de pertenecer a una institución, ni de adherir a una doctrina, ni de practicar rituales sagrados, ni de observar tradiciones o normas legales… lo que Jesús anuncia es una vida novedosa que supone un nuevo nacimiento: hay que dejarse engendrar por la Palabra y nacer de nuevo…
“De lo alto”: de arriba, del cielo, en confrontación con la tierra. Es un nuevo nacimiento que evoca el bautismo. Por el bautismo el Espíritu de Dios (del cielo) nos engendra a la vida trinitaria. Nada de la tierra puede producir lo que es divino. La vida nueva del Reino es don gratuito de Dios al que ingresamos cambiando de vida. Y nadie puede acceder a este proceso si no se encuentra con Jesús.
“Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo”: Jesús es el Mesías que nos trae la realidad del cielo (la vida trinitaria en la que Él vive, está) a la tierra, porque Él bajó, descendió. Jesús es como el “tobogán de Dios”, en Él tenemos acceso al conocimiento y a la participación en Dios. Él nos trae el bautismo del Espíritu por el que se nos concede, en la fe, la vida nueva del Reino de los cielos.
“También es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto”: En este juego de subir y bajar, Jesús se presenta también como la cuerda por la que podemos subir, el árbol por donde podemos trepar al cielo de la vida trinitaria. La comparación con la serpiente de Moisés habla del levantamiento en la cruz. El sufrimiento y la muerte de Jesús por amor serán el máximo, la medida, del amor de Dios. Este nuevo nacimiento en el que somos engendrados no evita ni elimina el sufrimiento. Al contrario, lo transforma en elemento indispensable para la generación de la nueva vida. “Si el grano que cae en tierra no muere… no produce fruto”. |