Con corazón salesiano
Jesús mismo quiso representar su misión con la imagen del Buen Pastor: “que conquista con la mansedumbre y la entrega de sí mismo” (Const. 11). Como Buen Pastor, Jesús tiene siempre una preocupación misionera: “Es necesario que proclame la buena noticia del Reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado” (Lc 4, 43-44). “Y tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10, 16). Amando a todas sus ovejas, el Buen Pastor prueba una predilección, incluso desconcertante, hacia la que se ha perdido, manifiesta su amorosa premura en buscarla hasta que la encuentra, y su cariño “cargándola, lleno de gozo, sobre sus hombros” (Lc 15, 5). El sentido más profundo de la Encarnación del Hijo de Dios, enviado por el Padre “por obra del Espíritu Santo” y que encuentra su más plena realización en el Misterio Pascual, muerte y resurrección de Jesús, es este precisamente: revelarnos “hasta el fi n” (Jn 13,1s) el Amor divino, para reunir en la unidad de este Amor a todos los hombres del mundo: “Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba… Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de él en un mismo Espíritu” (Ef 2, 14.18). (Cuadro de Referencia EJS, pág.43). |