Con corazón salesiano
El Evangelio de hoy me recuerda la clave de la espiritualidad salesiana en lo cotidiano. Y te comparto algunos párrafos de un texto de Juan Vecchi, octavo Rector Mayor, al respecto:
“Resultan difíciles, para quienes están cargados de responsabilidades, la actitud y la práctica de la oración regular y comprometida. Su tipo de vida, en efecto, no lleva a la oración ni está pensada en función de ella. Parece orientado más bien a actividades seculares, escuelas, ambientes juveniles, relaciones sociales, organización. Todo esto los expone a imprevistos, a acumular compromisos (…). Este tipo de vida reproduce el de Don Bosco: su actividad multiforme y continua parecía sustraerle de la oración (…). Decía el Promotor de la fe en el proceso de beatificación (…), ‘en Don Bosco no encuentro, puede decirse, nada. ¿Cómo puede llamarse heroico a uno que ha estado tan carente en lo que se refiere a la práctica de la oración vocal? En la vida de los santos no se ha visto nada semejante precedentemente’.”
“Es legítimo entonces preguntarse cómo es la oración del salesiano, hombre dado a la actividad educativa y pastoral. Él tiene dos modelos para comprender cómo debe ser su oración: Jesús Pastor y predicador del Reino y Don Bosco. (…) La oración de Jesús aparece, así como una actitud constante, interior, que se manifiesta en expresiones espontáneas de alegría, de acción de gracias, de invocación, de disponibilidad, de reflexión”.
“Don Bosco y María Mazzarello copiaron a Jesús Pastor esta modalidad. Descubrieron el carácter de oración que tiene la acción apostólica y caritativa, cuando se hace según la voluntad y en la presencia de Dios. (…) Ser contemplativos en la acción es una expresión clásica de la espiritualidad ignaciana, aplicada a Don Bosco por Don Rinaldi. Esta expresión sintetiza su experiencia: ‘Caminar en este mundo como quien ve al Invisible’. (…) Otra expresión sintética de la oración salesiana es celebrar la liturgia de la vida”.
“Don Bosco nos enseñó a reconocer la presencia operante de Dios en nuestro quehacer educativo y a sentirla como vida y amor. (…) Creemos que Dios nos está esperando en los jóvenes para ofrecernos la gracia del encuentro con Él y disponernos a servirle en ellos, reconociendo su dignidad y educándolos en la plenitud de la vida. La tarea educativa resulta ser, así, el lugar privilegiado de nuestro encuentro con Él, y de la contemplación de su obra en la vida del hombre. Quien educa está llamado a reconocer a Dios que obra en la persona humana y a ponerse a su servicio”. |