A la Palabra, le digo
Me doy un tiempo para advertir todo lo que el Señor ha hecho por mí. Le pido a Dios que me ayude para que crezca en un sentido de gratitud y confianza. Este evangelio de sanación/liberación me hace pensar que muchas veces lo que vivimos, lo que nos pasa dentro, tal vez sea Dios:
“No siempre nos damos cuenta, pero el Señor viene y no nos invade, no nos anula. Sencillamente se mete en nuestra vida y nos regala su presencia e inspiración. Cuando sentimos la necesidad de algo más, ese es Dios. Cuando el cansancio no se convierte en derrota, sino en parte del camino. Cuando nuestra imaginación es la puerta abierta a la creatividad. Cuando nuestro interior está poblado por los nombres de tantas personas a las que amamos, y sentimos que son compañeros en este viaje que es la vida. Si se nos estremecen las entrañas al percibir el dolor del otro, aunque no lo conozcamos, y lo sentimos prójimo. Cuando anhelamos que el futuro sea mejor, y comprendemos que nosotros somos también responsables en hacer que lo sea. Cuando tenemos la intuición profunda de que hay límites en la vida, y esos límites son lo que llamamos bien y mal. Cuando el sufrimiento nos toca, pero encontramos la fuerza para afrontarlo y seguir adelante. Cuando tenemos afán de conocer más: el mundo, al ser humano, la creación… Cuando nos atrevemos a perdonar y a pedir perdón descubrimos que algo, muy dentro, y empieza a sanar. Cuando nos reímos con ganas, con humor, con afecto, sabiendo que no hay que hacer drama de lo que no lo es. Cuando la belleza nos hace sentir asombro. Cuando lloramos por amor. En todos esos destellos de humanidad están los reflejos del espíritu que se mueve en nosotros y que nos trae, a su modo, el latido de Dios”.
José María Rodríguez Olaizola, sj
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