La Palabra me dice
A lo largo del Antiguo Testamento encontramos gran cantidad de pasajes en los que queda claro que la gran debilidad del amor de Dios está puesta en los extranjeros, los huérfanos y las viudas, siendo constantes los llamados a su atención y cuidado. En el Nuevo Testamento las veremos como pilares fundamentales en la construcción de la comunidad.
La imagen que nos presenta la comunidad de Lucas en el texto de hoy vuelve a resaltar los extremos para que se expresen más los contrastes. De un lado, ricos, y del otro lado, una viuda. Grandes ofrendas y tan sólo dos monedas de cobre. Algo y todo. Lo que sobra y todo lo que se necesitaba para vivir.
Si bien no vamos por la vida compitiendo a ver quién da más en nuestras relaciones, muchas veces nuestros “pases de factura” parecieran decirnos que no es tan así. Damos. Tal vez damos mucho, sí, pero midiendo, procurando un resto, o bien ofrendando de lo que nos sobra. ¿Hasta dónde me lleva la “provocación a dar todo lo que necesito para vivir” en mis vínculos, en la sociedad, en mi relación con Dios? ¿Qué toca de mis apuestas más grandes, de mis convicciones más íntimas, de mis afectos más estructurantes, de mis fuerzas más vitales? Dar lo que me sobra es dar aquello que no me afecta, no me transforma, ni transforma nada a mi alrededor. Darlo todo es estar todo ahí en cada acción que realizo.
El evangelio nos recuerda que la comunidad se construye con el aporte de todos, desde el más pequeño y humilde. Pero cuando en esa construcción se entrega uno de lleno, al fin y al cabo es todo lo que necesitamos para vivir. |