Con corazón salesiano
Don Bosco sabía infundir en sus jóvenes gran respeto y gran amor al Ángel de la Guarda. Con mucha frecuencia entonaba él mismo el cántico sagrado que había puesto música en honor del Santo Ángel y que cantaban los muchachos con entusiasmo. Y, para infundirles confianza en él, les contaba frecuentemente la historia de Tobías y el arcángel Rafael, el gran milagro de los tres hebreos, ilesos en el horno de Babilonia y otros hechos semejantes de los que están llenos la Sagrada Escritura y la Historia Eclesiástica. No se cansaba de recordar en sus pláticas a este tierno y celestial amigo: “Sean buenos”, les decía, “para que esté contento su Ángel Custodio. En sus penas y desgracias materiales o espirituales acudan al Ángel con plena confianza y él los ayudará. Cuántos, que estaban en pecado mortal, fueron librados de la muerte por su Ángel para que tuvieran tiempo de confesarse bien”. ¡Qué consejos los de don Bosco cuando hablaba privadamente con uno o con otro, según la necesidad, y en particular con sus penitentes!: - “¡Acuérdate de que tienes un Ángel por compañero, guardián y amigo!”. “Si quieres complacer a Jesús y a María sigue las inspiraciones de tu Ángel de la Guarda”. “Invoca a tu Ángel en las tentaciones. Tiene él más ganas de ayudarte que tú de que te ayuden”. “Sé valiente y reza: también tu Ángel Custodio reza por ti y será escuchado”. Hubo muchos jóvenes que manifestaron más tarde a don Rúa haber recibido favores extraordinarios y haberse visto libres de peligros gracias a esta devoción, que les había inculcado Don Bosco. (Fuente: Memorias Biográficas II, 205. http://www.dbosco.net/mb/mbvol2/mbdb_vol2_205.html) |