La Palabra me dice
Las bodas son uno de los grandes acontecimientos en la vida de una persona. Aunque hoy haya decaído un tanto esta práctica, en todas las culturas aun las familias humildes celebran el casamiento de una pareja. Esto acontecía también en Israel, en que la ceremonia duraba varios días y culminaba con el encuentro del novio y de la novia. Además, como ya sabemos, Israel había sido presentada en la Escritura muchas veces como la esposa que iba al encuentro del esposo. Esta parábola, que se encuentra solamente en el evangelio de Mateo, se refiere a la segunda venida de Jesús. El Reino de Dios se compara precisamente a una fiesta de bodas. Para ello, es necesario estar preparados. Aunque la parábola es muy rica de símbolos, nos atendremos a lo esencial. El novio representa a Cristo, que se ha retrasado. En efecto, la Iglesia primitiva creía en gran parte que su venida era inminente. Las diez muchachas que, según el ceremonial, debían recibirlo, se han dormido. Tal vez no contaban con el retraso del novio y por eso, sus lámparas quedaron sin aceite y se apagaron. Además ellas se durmieron. No supieron velar. Pero a medianoche, llega el novio y hay que salir a recibirlo. Las cinco muchachas que tenían aceite suficiente se prepararon para recibirlo. Las otras pidieron al menos un poco de aceite para sus lámparas. Pero las cinco muchachas prudentes se lo negaron. Esto significa que nadie puede sustituirnos en nuestra espera y en nuestra preparación para la venida del Señor. Las muchachas poco previsoras fueron a comprar el aceite, pero llegó el novio. Las que estaban con las lámparas encendidas entraron con él para celebrar la fiesta de bodas. Y la puerta se cerró. Esta parábola es un fuerte llamado de atención para estar atentos, alerta y preparados para la llegada de novio. Israel no estaba preparado para recibirlo, por eso lo desconoció, lo rechazó y no tuvo la lámpara encendida. La Iglesia, nuevo pueblo de Dios, está llamada a esperarlo despierta y con la lámpara encendida. Tiene el aceite del Espíritu que nunca le faltará. El testimonio de Santa Mónica que, después de la conversión de su hijo Agustín, se había engalanado para recibir al esposo, es un estímulo para cada cristiano que también debe esperar vigilante y con alegría la llegada de su Señor. ¿Cómo estamos esperando la venida de Jesús que un día vendrá a buscarnos? ¿Con deseo, con esperanza, con alegría, con la lámpara encendida? |