La Palabra me dice
Prosigue el discurso de Jesús que, como ya se ha visto, es un durísimo apóstrofe a los escribas y fariseos. Probablemente se trata del discurso más duro y severo de Jesús. Aparece la imagen de los sepulcros blanqueados, metáfora siniestra que nos revela otro aspecto de la mentalidad de Jesús y de su ternura hacia los hombres. Los sepulcros, como sucedía también en otras culturas y religiones, eran un lugar importante y sagrado que encontraba al pueblo con sus antepasados. Israel tuvo siempre buen cuidado de hacer memoria y memorial de su historia, como acontecía en cada Pascua. Pero no solo las fiestas, también las tumbas recordaban la acción de Dios, especialmente en aquellos que habían tenido una gravitación o un liderazgo importante para el pueblo. Para ellos, especialmente patriarcas, profetas y reyes, había sepulcros especiales, incluso monumentos. Esta era una manera de mantener viva una tradición que se remontaba a los orígenes de la antigua Alianza y a la posesión de la tierra. Sin embargo, estos mismos sepulcros, monumentos y palacios podían convertirse en una contradicción flagrante. Precisamente Jesús desanda la historia para hacer ver cómo los fariseos y escribas son infieles e hipócritas a la tradición que dicen defender y a los sepulcros y monumentos que levantan. Ellos dicen no estar de acuerdo con lo que hicieron sus antepasados, asesinando a los profetas y, sin embargo, terminarán haciendo lo que aquellos hicieron. Ellos asesinarán, después de haberlo despreciado en vida, a Juan el Bautista, el último de los profetas. Y luego crucificarán a aquél que es “más que un profeta”. Por eso, Jesús le dice clara y crudamente que terminen de hacer “lo que iniciaron sus antepasados”. De este modo, los relaciona directamente con el pecado de Israel y el rechazo del Dios vivo y verdadero que anunciaron los profetas. No será por azar que ellos se opongan y rechacen al Mesías, que ellos le hagan trampas en las discusiones para hacerlo contradecir, que tramen su muerte. Por fuera son respetables, están bien vestidos y gozan de prestigio social, pero por dentro están roídos por la envidia, la ignorancia que no quiere ceder a la sabiduría y la alianza con los poderosos. Si las tumbas magníficamente adornadas contenían dentro toda clase de inmundicia, la tumba de Jesús exhalará el perfume de la resurrección. De este modo, confirmará la verdad de su discurso y el llamado que Él nos hace a la conversión. En un tiempo se hacían grandes mausoleos, hoy se utilizan sobrios cinerarios. Pero la realidad puede ser la misma. ¿Acaso nosotros no nos consideramos mejores que nuestros antepasados, y que no hubiéramos tenido las fallas que ellos tuvieron? |