La Palabra me dice
Jesús acababa de responder a una pregunta de los saduceos sobre la resurrección. Y los fariseos no le dan respiro y vuelven a preguntarle. Pero hay un arte de hacer preguntas: o por algo que se ignora, para profundizar una cuestión o para completar o redondear un tema. En fin, para que a través de esa pregunta, como hacía Sócrates, se pueda llegar a la verdad. En cambio, cuando los fariseos preguntan no suele ser porque quieran llegar a la verdad, sino para hacer tropezar a Jesús en algún punto de ignorancia o contradicción. En este caso, quien hace la pregunta es un “doctor de la ley”, es decir, un fariseo altamente especializado en la Escritura, que interroga a Jesús “para ponerlo a prueba”, dice Mateo. Y la pregunta va a lo más básico y fundamental: ¿cuál es el mandamiento más grande?. Hay que aclarar que la Ley, desde el Sinaí en adelante, se había ido ampliando con muchísimas prescripciones y mandatos, a veces muy detallados, que muchas veces hacían perder de vista lo más importante. Jesús va al nudo de la cuestión con simplicidad y contundencia: el mandamiento más grande es el amor a Dios “con todo tu corazón, tu alma y tu espíritu”. Y el segundo es semejante: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Todo lo demás es relativo y depende de esto. Tiene sentido si se refiere directamente al amor o procede de él. Claro, hoy no es fácil hablar del amor, porque se ha banalizado tanto, que ya casi no se sabe lo que quiere decir. Por una parte, pareciera que es algo que muchos admiten y desean, aunque después reine un egoísmo soberano en todas partes. Lo primero que hay que decir es que nuevamente nos encontramos ante un “imposible”. ¿Quién es capaz de amar a Dios como lo pide el “mandamiento más grande”? Sencillamente nadie, porque todos tenemos nuestros pequeños ídolos (que por pequeños nos vuelven más idólatras), a los que no estamos dispuestos a renunciar por nada en el mundo. Hoy más que nunca, que convivimos con hábitos de la sociedad de consumo. ¿Y respecto del amor al prójimo? Una de las palabras más usadas, según estadísticas confiables, es la palabra “yo”. Instintiva y espontáneamente, decimos con nuestras acciones “primero yo”, sin darnos cuenta o justificando racionalmente lo que hacemos o decidimos. Si nos miramos un poco a fondo, encontraríamos tanto de esto. Es cierto que, gracias a Dios, hay actos de solidaridad en el mundo y personas que juegan su vida por el reino. Pero, ¿cómo es posible si se trata de un “imposible”? Hay una respuesta, que siempre debemos profundizar: como dice Juan “Él nos amó primero”. Y para Él, “nada es imposible”. Si podemos amar hasta el extremo, es porque Él nos ha dado su Espíritu de Amor que actúa en nosotros. El verdadero amor va más allá de la carne y de la sangre. No es obra de la carne y de la sangre. Por eso es posible el perdón, el amor al enemigo, el amor a Dios por encima de todo. Por eso, lo primero será creer en el amor que Dios nos tiene, e invocar su Espíritu de Amor, para que Él haga en nosotros lo que nuestras fuerzas no pueden hacer. Ojo: pensar que lo hacemos por nosotros mismos, es caer en el fariseísmo que tanto chocaba y enojaba a Jesús. Todos estamos en deuda con el amor, ¿no?. |