La Palabra me dice
Afortunadamente, los concursos de belleza parecen haber terminado su ciclo, al menos, así lo proponen con fuerza varias corrientes feministas. Pero lo que nunca cumplirá su ciclo, lo que nunca terminará, es la belleza. O mejor aún, la búsqueda de la belleza. La Asunción de María es la cima de toda belleza humana. Por un lado, nos invita a descubrir y mirar la verdadera belleza que hay en la tierra: la belleza natural de paisajes y cuerpos, pero sobre todo la belleza interior, que escondida en el corazón de algunas personas, a veces sale a la luz. La belleza de Madre Teresa inclinada por amor, un amor intenso y desinteresado por un moribundo desharrapado, es inenarrable. La belleza de la fe de María, la más pequeña, por la obra que Dios hizo en ella mientras estuvo en la tierra, también es incomparable. Pero el misterio de la Asunción nos invita también a atisbar la belleza que está más allá de la tierra, la que es nuestro destino, la que el ser humano busca ansiosamente aquí en el mundo, sin poder encontrarla jamás, porque no es de este mundo. María, la pequeña María, hija de Adán como todos nosotros, es la estrella que brilla junto al “lucero de la mañana”. Ante esta hermosura radiante casi no se puede hablar. Se nos acaban las palabras. Solamente podemos decir que nosotros también estamos llamados a ser transformados y a contemplar esa belleza sin par. Pero comenzamos a buscarla aquí en la tierra, en la fe y por pura gracia, porque la belleza, la verdadera belleza, nos salva, parafraseando a Dostoyevski. “Dichosa tu María porque has creído”. Todas las generaciones te llamarán dichosa. |